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UN MUNT DE MOTS

TRES PARAULES... I UN CONTE.

Cuento a partir de: nubes, almíbar y añil

Cuento a partir de: nubes, almíbar y añil

AZUL ESPERANZA

 

 

   Ayer llovió.

 

  Quizá por eso hoy el cielo luce un azul limpio, un añil alegre, moteado de inmaculados sueños infantiles, de deseos lanzados al vuelo, de fantasías de jóvenes danzantes sobre un tapiz de verde optimismo, de corazones que persiguen  labios de almíbar, de quimeras alcanzables,  de soplos de  poesía.

 

  Y la tierra, verdeante, viste sus mejores galas; la retama se abre para escuchar el tintineo de campanillas y violetas, las risas de margaritas y dientes de león, el murmullo de abejas y mariquitas y el vaivén que mece las sonrojadas amapolas.

 

  Día a día las nubes se ensucian de dudas, de dificultad, de decepción.

 

  Y se enturbian de tristeza, de recelo, de indecisión, de desánimo.

 

  Y se ensombrecen de pena y de pesimismo.

 

  Y el sol se esconde tras nimbos enlutados.

 

 

  Mañana lloverá.

 

 

Montse Villares

Cuento a partir de: nubes, almíbar y añil

Cuento a partir de: nubes, almíbar y añil

ARTEMISIA

Las pinturas esperan ordenadas pulcramente sobre la paleta de madera descolorida.

Le gusta ese momento, justo antes de empezar a mezclar los colores puros, a convertirlos en algo diferente. Le gusta el blanco inmaculado de la tela, tensa sobre el bastidor de madera, la promesa de belleza que representa. Le gusta aspirar el perfume intenso de los oleos, imaginar en que se transformarán al mezclarlos, al aplicarlos sobre el lienzo.

Le gusta como suenan los nombres de los pigmentos.

Carmín de garanza.

Negro marfil.

Tierra de Siena quemada.

Verde cinabrio.

Amarillo Nápoles.

Azul Prusia.

Añil.

El mar de su sueño, anoche, era azul añil. No existen mares de ese color. No que ella sepa. Pero el de anoche lo era. El cielo, en cambio, era de un azul ultramar, como para llevar la contraria, como si se estuviese riendo de ella. Estaba punteado de nubes blancas que se reflejaban en el mar imposible.

Despertó con ganas de pintar.

Aunque ahora ya no está segura de que sea ese mar lo que desea pintar. Es demasiado hermoso. Le da miedo que, cuando salga de su cabeza, cuando abandone su sueño y se convierta en realidad ya no sea su mar. Prefiere guardárselo para ella sola. Un rincón secreto, escondido, al que poder huir cuando la tristeza y el dolor la persigan.

Además, poco después de despertar han vuelto los recuerdos.

El hombre grande de la barba áspera. El que apestaba a sudor, y a vino rancio, y a aceite de linaza. El que reía mientras le aplastaba los senos con sus manos bestiales, pesadas y duras. El hombre que jadeaba descompasadamente mientras la penetraba a la fuerza, su aliento caliente y húmedo en el cuello, su lengua como un insecto monstruoso dentro de la boca. Su barba áspera. Sus manos bestiales. Su peste a sudor, a vino rancio, a aceite de linaza…

Deja el pincel en suspenso entre el añil y el cobalto, tragándose las lágrimas, luchando por no ahogarse en aquel mar de rabia que ya no es añil, sino rojo, rojo como la sangre, rojo como el odio.

Bermellón.

Lo odia. No por la violación. No es solo eso. Lo odia por haberle robado el mar, por arrebatarle el añil, y aquel amarillo dorado, el amarillo indio, que siempre le hacía pensar en el sol de verano, y en el almíbar que su madre utilizaba para endulzar la fruta, cuando ella era pequeña.

Ahora solo puede pensar en rojo.

Bermellón.

Laca geranio.

Carmín de garanza.

Quinacridona…

Rojo sangre.

Artemisia hunde el pincel en un marrón oscuro como sangre reseca, y aplica las primeras pinceladas  sobre la tela. Un fondo pardo, lejos de la luz y el azul del mar de su sueño.

Sobre el fondo de sangre seca estará Judit.

Judit decapitando a Holofernes.

Artemisia acabando con su agresor, con su barba áspera, y sus manos bestiales, y su peste a sudor, a vino rancio, a aceite de linaza.

Y la sangre, muy roja, salpicándolo todo con su belleza salvaje.

Carmín de garanza…

Cuento a partir de: luz, intenso, caramelo.

Cuento a partir de: luz, intenso, caramelo.

   ÍNDIGO

  Después de varios años viajando por todo el mundo, había conocido diferentes culturas; sus ojos habían visto nuevos colores, mirado las estrellas desde otras perspectivas, observado las incomparables luces del sol en otros lugares, contemplado un cielo blanco y gris; su piel había sufrido la fuerza de terribles vientos huracanados y suaves brisas marinas, se había grabado de distintas intensidades de frío y calor, se había empapado con desconocidas tormentas de agua, nieve y hielo, mudado su color del azul añil al marrón; sus oídos se habían desbordado con sonidos extraños e inimaginables y ensordecido con la muerte del silencio. Y después de haber saciado su curiosidad con el caramelo más dulce, sentía que era el momento de volver.

   El calor era asfixiante. Nunca pensó que su regreso fuera tan duro. Creyó que todo sería igual que antes, pero no, ¡el desierto ya no lo quería! Lo recibía con un calor intenso, una tormenta de arena que se había quedado atrás y sed, mucha sed. Su sentido de la orientación, antes agudo y perfecto, había dado paso a una sensación de incertidumbre y de pérdida. Así era como su hogar le demostraba su rechazo por haberlo abandonado durante tanto tiempo. Su viejo padre le pidió que no se marchara, que se quedara con ellos, que su madre lo echaría de menos, que él lo necesitaba para llevar el rebaño de cabras y camellos, que sus hermanos querían aprender de él las cosas importantes: a olisquear en el aire, a aguzar la vista, a escuchar el silencio, a orientarse bajo las estrellas... Ahora, ese sol que antes lo ayudaba a encontrar su camino también lo estaba castigando lanzándole con rabia sus rayos más abrasadores. El silencio y el infinito que tanto amó de niño, ahora se le hacían insoportables y pesados.

   A lo lejos le pareció ver a los Señores del Desierto, pero  no lograba distinguir si eran ellos, si era una caravana de comerciantes, o si se trataba de un espejismo. Su vista ya no era la misma, todos sus sentidos se habían dormido. Habían sido muchos años en paraísos que no eran el suyo, bajo techos de cemento, sin estrellas, sin sol y sin luna; muchos años sin poder disfrutar del color del mundo, aquel índigo intenso que desde su infancia se había impregnado para siempre bajo su piel.

   El cielo rosa, azul, rojo, amarillo y verde que de niño lo hacía tan feliz, ahora se tornaba amenazador. El sol empezaba a ponerse, el calor descendía y en menos de dos horas, comenzaría a hacer mucho frío. Pensaba en los hombres azules, su familia, que ya estarían de vuelta para sentarse junto al calor del fuego y para disfrutar de la compañía de los demás, acercándose los unos a los otros y tocándose como si no se hubiesen visto en mucho tiempo, mientras esperaban que el té comenzara a hervir. Y así quería ser recibido por los suyos, pero cada vez era un deseo más inalcanzable.

   Ya no se sentía hijo del desierto, ahora se sentía abandonado por lo que alguna vez tuvo, abandonado por su mundo, abandonado por sus fuerzas.

   El sol ya no brillaba, el viento soplaba más frío… y el espejismo le rozó la mejilla:

   —Hijo, es tarde, volvamos a casa.

 

   Y otra vez se sintió Tuareg.

 

María Gómez

Primera cita

Primera cita

Llegó del trabajo cansada, pero excitada y nerviosa. Era una noche muy especial y tenía un montón de tareas que realizar antes de salir a cenar. Dio de comer a la gata y regó apresuradamente las plantas del jardín. Las flores rosas del ciclamen se alzaban enhiestas como banderas. Los claveles eran derrotados por el frío del invierno. En el centro, el viejo cerezo,  con sus ramas desnudas, parecía dormido, casi muerto. Cuando llegase la primavera, renacería y se cubriría de hermosas flores blancas. Después de ducharse y lavarse el pelo, se maquilló ligeramente. Le gustaba mostrarse al natural, sin trampa ni cartón, pero  aquélla era una cena importante, así que se puso una sombra de ojos color gris acero y se dio un toque de coral en los labios. Su vestido era de estilo japonés, de seda roja con bordados de flores alrededor del cuello. Se puso su perfume favorito: Eclipse de luna, y salió, dejando la casa en una silenciosa oscuridad.

Cuando se dirigía hacia el restaurante, las mariposas revoloteaban en su estómago. Le había resultado muy difícil dar ese paso. Cuando una persona ha sido herida, le cuesta mucho volver a abrir el corazón y ella se había escondido tras un caparazón de desconfianza. El dolor de la traición hiere como un puñal y empuja a cometer actos desesperados. Pero le había conocido a través de internet y habían empezado a hablar de libros y de películas, y luego siguieron las confidencias y los sentimientos más íntimos. Si no hubiese existido la magia de la red, habrían vivido existencias paralelas, sin rozarse jamás.

Él estaba esperando en el restaurante, con el último libro de Ken Follet sobre la mesa, como habían acordado en su última conversación. Era más mayor de lo que había dicho, pero ella también se había quitado unos años. Tenía arrugas en la frente, que  mostraban las experiencias que había vivido. En su cabello negro y rizado, empezaban a aparecer las primeras canas. Sus ojos, francos y bondadosos, brillaban con  entusiasmo al hablar de los personajes del libro.

Él no se reiría de ella, como los otros. Él nunca la traicionaría. Él no la miraría con los ojos abiertos por el terror, como los otros. Él no descansaría bajo el cerezo dormido, como los otros.

TESOROS

TESOROS

 

Caminaba hacia su casa, con el carro de la compra, cuando vio un montón de libros tirados al lado de un contenedor de basura. Al principio pasó de largo, pero algo le hizo volver atrás. Había cuatro cajas llenas de libros. Eran viejos, pero estaban en buen estado. La mayoría eran libros infantiles. Había un cuento precioso de La Bella y la Bestia, relatos de aventuras de piratas y espadachines, fábulas de zorros y conejos... No podía dejarlos allí, tirados al lado de la basura, así que cogió todos los que pudo y regresó cargada a casa.

 

A partir de aquel momento, cuando pasaba al lado del contenedor, sus ojos se deslizaban sin poderlo evitar. Descubrió un reloj de cerámica blanca con adornos dorados, milagrosamente intacto. No funcionaba, pero decoraba con elegancia el salón. Día tras día, realizaba nuevos hallazgos: un pendiente solitario que lanzaba hermosos destellos, un gatito de peluche, de rayas negras y grises y alegres bigotes, con un agujero en la panza por la que se le escapaba el algodón, una muñeca desnuda a la que le faltaba el brazo, una llave que abría una puerta desconocida... Llegaba a casa con el carro cargado hasta los topes y subía las escaleras con dificultad. Las estancias de la casa resplandecían con la belleza de los objetos por otros despreciados.

 

Había gente que se reía y la llamaba vieja zarrapastrosa, pero ella sabía la verdad: rescataba del olvido valiosos tesoros, y les daba todo el amor y la admiración que merecían.

Cuento a partir de: milagro, verdad y zarrapastroso.

Cuento a partir de: milagro, verdad y zarrapastroso.

LA LOTERÍA

 

El corazón me va a mil por hora, creo que estoy a punto de que me dé un infarto , aunque espero que no, solo me faltaría eso, ¡ahora no! . Estoy a un número, el cuatro, de que me toquen cien millones de euros, una cantidad que marea solo pensarla. La ilusión de toda mi vida, semana tras semana desde que cumplí diecisiete años pensando en este momento. Ya está, lo van a decir, ¡Dios! El milagro se ha producido, el cuatro, mi número, el que me faltaba. Apago la radio y respiro lentamente intentando tranquilizarme.

Introduzco el boleto en el bolsillo del abrigo y salgo a dar una vuelta, necesito aire. Ya en la calle rememoro todos mis planes para cuando se produjera este momento, todo está pensado y estudiado, pues estaba claro que un día me tocaría. No llevaré el boleto al Banco, no quiero que nadie sepa la verdad, iré a cobrarlo directamente a Madrid, a la central. El dinero en metálico lo repartiré en distintas entidades, nadie sabrá nunca cuanto tengo exactamente. Ya veremos si a mi familia y amigos les doy algo, ya veremos a quién…, ya veremos cuanto…

Inmerso en estas cavilaciones  tropiezo con los pies de un pobre, que sentado en el suelo, pide limosna. No puedo evitarlo, me siento generoso. Me acerco al oído y le digo –Has tenido suerte de que tropezara contigo, hoy soy uno de los hombres más ricos de este planeta–. Seguidamente vacio en su cajón todos los billetes  que llevo encima  repartidos en mis bolsillos, una mala costumbre, pero que ya es tarde para modificar.  Continúo andando sin rumbo y con una sonrisa boba reflejada en mi cara.

Me doy la vuelta, solo por ver la cara de sorpresa y felicidad del mendigo, más el estupor es mío cuando veo al zarrapastroso correr calle arriba. De repente me embarga un temor, y al llevar la mano al bolsillo se confirma. Nunca volveré a tener en mi mano cien millones.

 

Nita Coquard Calvo

Cuento a partir de: milagro, verdad y zarrapastroso.

Cuento a partir de: milagro, verdad y zarrapastroso.

En paralelo

Aún es de noche, las calles iluminadas por las viejas farolas, toman un aire nostálgico en  tonos  dorados,  que permite olvidar la vejez manifiesta de las fachadas. Los balcones parecen sostenerse de puro milagro, faltan algunos trozos de revoque y el encuentro entre el parante de las barandas y la losa está corroído y rezuma humedad, seguramente la falta de cuidados arquitectónicos, en esta zona, corre paralelo a la carencia de cuidados personales.

Eso parece pensar Carla que, apoyando los brazos en la deteriorada baranda del balcón,  posa sus ojos en las irregulares piedras del adoquinado. Su mano derecha sostiene un cigarrillo que fuma con prisa, exhala una y otra vez el humo dándole distintas formas, en un juego seguramente inconsciente. Necesita respirar, olvidar ese olor nauseabundo a suciedad y sudor de cuerpos desconocidos, desde el zarrapastroso de turno hasta el señorito de gustos perversos, que  una noche sí y otra también  van pasando por la pequeña habitación que le sirve de vivienda.

Comenzó a rodar en ese camino con apenas diecisiete años y un cuerpo de bandera. Supo  sacar provecho del deseo que provocaba en los hombres,  reconocía con facilidad las miradas lascivas que de ellos recibía, incluso del que decía ser su padre.

Fue entonces cuando comprendió que debía controlar sus emociones, aprender a no sentir, a utilizar su cuerpo como una herramienta para su trabajo… y se fue a la gran ciudad, el paraíso soñado de los que nada tienen. Decidió que no volverían a utilizarla y esta decisión se convirtió en su lema, en su verdad. Ahora ella determina cuándo, cómo, dónde y espera lograr con quién. Un suspiro rompe el silencio y dice en voz baja:

─ ¡Ojalá no pierda la esperanza! han pasado veinte años y aún no puedo seleccionar la clientela.

El timbre suena insistente cortando sus reflexiones. Deja caer la colilla, que apaga mecánicamente con el pie, mientras hastiada y con resignación murmura: el que algo quiere, algo le cuesta.

 

Marité

Cuento a partir de: cine, pájaro, satisfacción.

Cuento a partir de: cine, pájaro, satisfacción.

En la Villa de Terrassa, el día 02 de octubre del año de Nuestro Señor, 2010

 

Don Juan Galindo del Pino:

Primer Caballero del Rey y Grande de España

 

Lo primero que percibió fue el agitado aleteo de un pájaro volando de rama en rama. Después, sintió la fría humedad del suelo y el crujir de las hojas secas bajo su peso. No sabía muy bien cómo había llegado hasta allí, pero al abrir los ojos, vio cómo empezaban a asomar los primeros rayos del sol a través de los árboles. Estaba en medio del bosque.

Después empezó a recordarlo todo. ¡Parecía increíble! Su vida, casi digna de una superproducción de cine… y ¡ahora estaba allí tirado!

Recordaba, cómo tiempo atrás, se había proclamado vencedor del Torneo convocado por el Rey, para encontrar al caballero que lideraría la más grande de las Cruzadas, que partiría hacia el Este del reino; la expresión de envidia de todos sus oponentes; los vítores de los habitantes del castillo, a su regreso de cada una de las gestas logradas.

Recordaba, cómo sus hombres lo respetaban y lo idolatraban; la fidelidad prometida por sus enemigos tras ser vencidos en las más duras batallas a campo abierto; los infieles cayendo a su paso tras la suave caricia de su espada y la clemencia que él brindaba a los que, muertos de miedo, pedía convertirse a la Religión Verdadera y Única.

Recordaba con enorme satisfacción, cómo había conquistado a la más hermosa de todas las damas que jamás había conocido; cuándo el rey le concedió la mano de su hija y ella, su bella y amada princesa, le prometió amor eterno.

Recordaba la misiva que había recibido de su familia, por la que se le reclamaba sin demora, para que atendiera el último ruego de su padre enfermo; cómo había salido del castillo durante la noche cerrada y cómo se había adentrado en el bosque; recordaba cómo una seductora hechicera había intentado embrujarlo por medio de provocativos y sensuales movimientos; que una extraña criatura le había obligado a beber un potente bebedizo, mediante engaños y artimañas, y cómo aquella pócima lo había dejado sin fuerza ni voluntad para defenderse en una emboscada; recordaba cómo había conseguido despistar a sus atacantes en la huía y cómo unos nuevos malhechores se cruzaron en su camino; cómo tras una larga persecución a lomos de su caballo, los villanos habían logrado abatirlo hasta hacerlo caer en medio del bosque, lugar en el que se encontraba; recordaba la feroz lucha contra ellos para proteger su vida y la de su corcel y cómo un terrible golpe de espada lo dejó inconsciente en el suelo.

Se levantó con gallardía y aplomo y empezó a caminar al encuentro de su pobre padre. Después de haber recorrido durante horas el bosque, arribó a un sendero. Siguiéndolo alcanzaría su destino.

De repente, un estridente sonido tras él hizo que se girara. Era insoportable, debía estar todavía bajo los efectos del extraño bebedizo. El ruido paró y un hombre se dirigió hacia él:

       —¿Es usted Juan Galindo del Pino?

¡Enmiende su error, plebeyo! —contestó muy furioso— ¡Don Juan Galindo del Pino, Primer Caballero del Rey y Grande de España, futuro esposo de la princesa!

       —¡Atención, aquí patrulla 224! Hemos encontrado al novio desaparecido de la despedida de soltero. ¡Menuda tajada lleva! —y dirigiéndose a Juan, —súbase al vehículo, por favor.

        —¡Vasallo, arrodíllese ante mí, ante su futuro rey!- sólo tuvo tiempo de apoyarse en el hombro del policía antes de vomitar todo el contenido etílico y narcótico que quedaba en su cuerpo.

Ya en el vehículo, el policía le leyó sus derechos.

         —Don Juan Galindo del Pino, Primer Caballero del Rey y Grande de España, futuro esposo de la princesa, sepa su Alteza que anoche se saltó un control de alcoholemia y acabó en su persecución por las calles de la ciudad… perdón, del reino. Sepa Vuesa Merced, que su caballo ha sido hallado en territorio enemigo. Está cojo, desdentado y tuerto y nada se puede hacer por él, por lo que será sacrificado por un leal servidor a la Corona. Para resarcirle de tal agravio será usted hospedado en las mazmorras del Castillo —y añadió— ¡Ale, Mariano, tira pa’ la comisaría!

 

Mari Gómez

Cuento a partir de: cine, pájaro, satisfacción.

Cuento a partir de: cine, pájaro, satisfacción.

Un trabajo bien hecho


Mirando su obra no pudo reprimir una sonrisa de satisfacción. ¡Y es que el trabajo bien hecho era lo mejor en su negocio!

¡Y él era el mejor!, lo sabían él y un grupo selecto y exclusivo de personas.

No podía anunciarse en la prensa, ni en las Páginas Amarillas, ni en los cines… No. Su publicidad era el boca a boca.

Su oficio era muy sacrificado y no le permitía tener una vida social animada o mínimamente normal, pero no podía evitarlo, nunca podría hacer algo diferente. No tenía pasado, no tenía identidad, era libre e inalcanzable como el viento.

Le gustaba lo que hacía y no le suponía ningún cargo de conciencia. Quien era capaz de conseguirse enemigos tan poderosos como para contratarle no podía ser buena persona, y el mundo estaba mucho mejor sin semejantes pajarracos.

Se fue silbando mientras a lo lejos se oían las sirenas de los bomberos. Apagarían el incendio, sí, pero los que había dentro ya estaban muertos.

¡Le encantaba su trabajo!

 

Antonia Gómez 

Cuento a partir de: muerte, cama, noche.

Cuento a partir de: muerte, cama, noche.

LA PARTIDA

 

Un nuevo día está a punto de comenzar, parece que será un día radiante, feliz, luminoso, pero lo hará sin mí… Mi día está a punto de inundarse de oscuridad.

En estos últimos momentos que forman mi vida, tumbada en mi cama, me esfuerzo en vano para que mis pulmones obtengan ese aire ahora tan esquivo. Soy consciente de cada molécula de oxígeno que recorre mis venas, de cada latido que impulsa la sangre, espesa, gastada, vieja, cansada, en su último viaje por mi cuerpo.

No, no deseo alargar más algo que ya ha acabado. Todo lo dejo resuelto.

Sí, habrá quien se entristezca por mi partida, que no por ser tan esperada será menos dolorosa. La pérdida de una persona que a momentos ha sido querida y ha querido y a momentos ha odiado y ha sido odiada.

A veces pienso que no he sido más que un cero a la izquierda para todas aquellas personas que no me han importado. Una cara más de las tantas que no se recuerdan después de un día ajetreado.

Y aun así, he tenido una vida plena, llena de satisfacciones y de alegrías. Con penas y con dolor, y es que, al fin y al cabo, la vida es una sucesión de acontecimientos, unos buenos, otros horribles, pero todos ellos forman parte de mi vida, y de la de nadie más.

Para mis enemigos no seré más que un incordio que desaparece. Para mis amigos, un recuerdo al que acudir en un mal día.

Me voy en paz, sabiendo que todo lo que he hecho mal ya ha sido perdonado y olvidado, y lo que he hecho bien será recordado con cariño.

No me dejo nada, tampoco me llevo nada. Lo material desapareció antes que yo.

La Muerte, amiga piadosa, es la única compañía que quiero en estos momentos tan íntimos.

Sí, el mundo sigue su camino, pero lo hará sin mí… Yo empiezo a sumergirme en la Noche Eterna

El Sol comienza a salir por el horizonte, es el momento de la partida y, al final… la oscuridad.

 

 

Antonia Gómez

Cuento a partir de: muerte, cama, noche.

Cuento a partir de: muerte, cama, noche.

REINA Y HERMANA

La reina de Zamora contempla desde las almenas el ejército que rodea la ciudad. Las hogueras del campamento enemigo brillan en la oscuridad de la noche. Un enjambre de soldados y caballeros se extiende sobre los campos alrededor de las viejas murallas, preparando sus armas para el asalto final.

Un caballero espera entre las sombra las órdenes de la reina. Ella se debate entre la furia de una reina sitiada y el dolor de una hermana traicionada. Está preocupada por el pueblo que sufre un cruel asedio y teme la derrota. Piensa en su hermano, al frente de un poderoso ejército, alzándose contra su propia sangre. Ha intentado razonar con él, que acepte el testamento del padre de ambos, el viejo rey Alfonso, que en su lecho de muerte, repartió sus extensos territorios entre sus hijos: a Sancho, el reino de Castilla, a Alfonso, el reino de León y a Urraca, la ciudad de Zamora. Pero el joven rey Sancho, impetuoso y con ansia de mostrar su destreza como guerrero, ha organizado un poderoso ejército para conquistar la ciudad de su hermana. Finalmente, la reina se dirige al caballero y le entrega un puñal.

 

                                               * * * * *

 

Gritos de júbilo resuenan en toda la ciudad ¡El rey Sancho ha muerto! ¡El rey Sancho ha muerto! Los soldados invasores empiezan a recoger sus pertenencias y a desmontar el campamento, lentamente, como si un peso oculto dificultase sus movimientos.

La reina, con un gesto imperioso, despide a sus damas y cortesanos. Sólo queda un caballero, que se arrodilla a sus pies y le entrega un puñal manchado de sangre.

—Yo, Urraca, reina de Zamora, os concedo la recompensa prometida. Habéis salvado la ciudad.—La reina le entrega un saquito lleno de monedas. Entonces se quita la corona y cubierta la cabeza sólo con un velo, continúa:

—Yo, Urraca, hermana de Sancho, tengo el deber de vengar la muerte de mi hermano.—Y le clava el puñal, manchado de sangre, en el corazón.

 

Merche

REGRESO AL HOGAR Cuento a partir de infierno, armonía y columpio

REGRESO AL HOGAR   Cuento a partir de infierno, armonía y columpio

Bajó del tren que le condujo al pueblo de sus padres. Durante el trayecto se balancearon en el columpio de la memoria recuerdos de su infancia.  Con la mano se estiró la falda negra de tergal y se colocó bien la chaqueta del mismo color.  Era duro regresar para asistir al entierro de su padre, el mismo que le echó de casa hacía una eternidad. Recorrió con pasos cortos el camino. La puerta estaba abierta. Al traspasar el dintel,  recuperó olores de su niñez. Mientras subía los escalones, hasta el primer piso,  le salpicaron recuerdos olvidados; los ratos escondida en el hueco de la escalera para librarse de algún azote,  el desconchón en la pared cuando su padre se quitó la correa para amedrentarla delante de su novio… Llamó al timbre. Acudió una vecina que acompañaba a su madre.

 

—Fina, es tu hija, Rosario. 

 

La encontró sentada en una silla de madera, junto a la cama donde reposaba su padre. Se abrazaron. Lloraron en silencio. 

 

—Vamos fuera, madre.

 

Apenas un instante le miró. Ya no le podía hacer daño. Pese a ello, aún tenía grabada la ira de sus ojos la última vez que le vio. Salió de la alcoba tras los pasos de su madre.

 

—¿Estás bien, hija?

—Sí —mintió.

 

Pero a una madre no se la puede engañar. Le cogió las manos. Debía esperar a que se abriera. ¿Cuántas veces quiso saber de ella?... Perdió la cuenta. No solo las separaban los kilómetros. Se fue tan deprisa y sin dejar ninguna seña… Supo de ella por conocidos, otros que, también emigraron a Barcelona, pero que mantenían el contacto con la familia. Por ellos sabía que no tuvo hijos aunque sí un aborto, que no salía sin su marido más que para ir a comprar, que intentaba ocultar con maquillaje las palizas que le propinaba. No tuvo suerte, pero ahora estaban juntas. Lloraba emocionada y la besaba de tanto en tanto.

 

—¡No sabes cuánto te he echado  de menos! ¡ni cuánto te necesito!

 

Durante la tarde acudieron vecinas, parientes y amigos a darles el pésame y velar el difunto. Llenaron la atmósfera de pena, lágrimas, angustia, hipocresía y preguntas. ¿No tuviste hijos?, ¿hasta cuándo te quedarás?,  pero ¿has venido sola?, ¿cómo que no ha venido tu marido?  Envuelta en aquel tumulto asfixiante,  del que no podía escapar, le punzaban las sienes y sintió náuseas.

 

—Le hago una manzanilla, madre. —Se levantó despacio y respiró aire libre de falsedad en la cocina.

 

La noche parecía no acabar pero llegó el alba y disipó los últimos veladores. Desayunaron café con  alivio y unas galletas.

 

—Hija, no me has contado nada de ti.  

—¿Qué quiere que le cuente?

—¿Estás bien?

—Sí —mintió otra vez.

—Está bien. Voy a cambiarme.

 

A las diez era el entierro. Una marea de plañideras enlutadas las envolvió hasta casi ahogarlas. Acabada la misa acudieron en procesión hasta el cementerio. Pasos arrastrados, susurro de lamentos, el peso de todas miradas. Durante los últimos instantes se cubrió la cara con las manos; nadie vería sus lágrimas secas. A la vuelta tiraba de su madre, cogida del brazo, para llegar cuanto antes a casa. Deseaba que aquello finalizara, estar solas y la arrebataba de los brazos de todo aquel que, en vez de descargarla de su dolor, le añadía el de otros fallecidos.

 

Como toda pesadilla, acabó. Al llegar a casa cerró la puerta a cal y canto.

 

—¿Qué haces? ¿por qué cierras? Puede venir…

—Necesita descansar.

 

Al poco llamó la vecina. Les trajo caldo de gallina que las animó un poco. La hija cambió las sabanas de la cama, corrió las cortinas  y condujo a su madre hacia ella. Se acostaron las dos juntas un rato.

 

—Hay tantas cosas por hacer...

—Luego, madre.

 

La madre no podía dormir pero disfrutó de la paz, de estar solas, de contemplarla. La abrazó como cuando de pequeña llegaba llorando y se le tiraba en brazos buscando consuelo. Que la malcriaba… le parecía oír la voz áspera del difunto rompiendo la armonía del momento.

 

La madre sonreía cuando ella despertó.

 

—Sabes, Rosario, he pensado que te podrías quedar aquí conmigo una temporada. Nos vendría bien.

—Pero madre, no puedo, mi marido…

—Bueno, ya pensaremos algo —dijo levantándose decidida.

 

Ella tardó algo más. Tenía que ordenar sus pensamientos y no era fácil. Su madre le ofrecía una salida del infierno, pero no se iba a librar del demonio tan fácilmente. Sabía de sobras que no se podía negociar con él.

 

Los días siguientes una actividad frenética las tuvo ocupadas; recoger la ropa del fallecido, llevarla a la iglesia, escribir cartas a familiares lejanos para comunicarles la pérdida, trámites de papeles, arreglar la ropa negra que tenía la madre para aprovecharla,  pintar la habitación, limpieza a fondo, visitas al cementerio… Tuvo que ir a la estación a cambiar el billete.

 

—¿Para qué día se lo pongo?

—Para el quince. Este sábado no, el siguiente. —Le temblaba la voz. Sabía que él se enfadaría… pero estaba lejos.

        

                                               *        *        *

 

No le vio llegar.  La siguió de lejos. Ella regresaba de comprar. Entró en casa y poco después él aporreó la puerta.

 

—¡Ábreme!, ¡¿Me oyes?!

—¿Qué hago? —Rosario miró atemorizada a su madre.

—Espera —dijo dirigiéndose a su habitación. Sacó una vieja escopeta de caza, la cargó con dos cartuchos y se la colocó en posición defensiva. —Ya puedes abrir.

 

Los golpes de la puerta alertaron a los vecinos que acudieron en masa.

 

Rosario abrió la puerta, alejándose rápidamente tras la madre. Él se quedó en el umbral mirándolas a ellas y a la escopeta.

 

—Si quieres puedes pasar, pero no te acerques a mi hija. Si la tocas, disparo.

—¿Qué coño le has contado?

—No ha hecho falta. Tus hazañas te preceden —sin dejar de mirarle.

 

La escopeta era vieja, probablemente no funcionara pero la mirada de aquella loca deseando verle muerto le asustó, no se lo esperaba. Más le valía esperar a que bajara la guardia. Se alejó. Los vecinos aplaudieron la valentía de aquella mujer.

 

Rosario no se atrevía a salir a la calle. Temía encontrárselo. Supieron por la vecina que andaba por la taberna del pueblo.  Por lo visto no había entendido el aviso.

 

Unos días más tarde  llegó a la casa un cazador furtivo con un conejo.

 

—Llévatelo a la cocina y lo vas arreglando —le dijo a Rosario.

 

Unos billetes enrollados cambiaron de mano mientra se despedían.

 

Un par de días después se leía en el diario local: Accidente de caza. Se ha encontrado en el coto el cuerpo sin vida de A. F. M.  

                                                                           Montse Villares

¿Quién se queda con los diablillos? Cuento a partir de Infierno, columpio y armonía.

¿Quién se queda con los diablillos? Cuento a partir de Infierno, columpio y armonía.

Satán había reunido a todos los diablos del infierno. Tenían una misión muy especial, pero no sabían cual.

Todos estaban expectantes cuando llegó Satán.

─¡Hermanos! ─dijo con aire solemne─,  ¡nos hemos reunido hoy aquí  porque quiero deciros algo muy importante!; ¡nos vamos de excursión!

Una salva de aplausos y silbidos inundó la estancia. Cuando reinó un poco de paz, Satán continuó.

─ ¡Nos vamos al parque!

En ese momento todos los diablos estaban en éxtasis.

─¡Sííí!

─¡Bieeen!

─¡Viva!

─Me alegro que os guste la idea ─dijo Satán con una extraña sonrisa.

─¿Y a cuál vamos? preguntaron todos a la vez.

─Al parque de atracciones El Averno predijo convencido Gusión─. Abrieron la semana pasada, hay una montaña rusa infernal, llega hasta el cielo y baja en picado. Mueres dos veces, ¡alucinante!

─No, no vamos a El Averno.

─Entonces será al parque El Último Suspiro dijo Alpiel con aire bucólico,  hay unas plantas tóxicas y pestilentes únicas, por no hablar de la charca burbujeante llena de sanguijuelas, sapos y culebras.

─¡Suena genial! ─gritó un coro de diablos.

─No, tampoco vamos a El Último Suspiro ─Satán lanzó un suspiro de derrota.

─¿Entonces…?

─¡Vamos al parque infantil! ─intentó que su voz sonara ilusionada, pero fracasó miserablemente. La cara de los diablos era todo un poema.

─¡No!, eso es de nenazas y de ángeles con arpas Gusión se tiraba de los cuernos.

─Pues diablos míos no hay más remedio.

─Pero yo soy un duque Ataroth estaba seguro de que las categorías debían servir para momentos como aquel.

─Yo tu mano izquierda se indignó Nebiros.

─¡Yo no voy! como siempre Verrier tenía que dar la nota.

─Todos iréis o sufriréis mi ira ─dijo poniendo su cara de malo malísimo.

─¿Por qué tenemos que ir a ese horrible lugar?, está lleno de toboganes, balancines, columpios, niños riendo, pajarillos cantando, es tan angelical que me da urticaria solo de pensarlo Alpiel se rascaba tanto que se reventaba las llagas.

─Porque las diablesas se van de fiesta y nos han encargado el cuidado de los diablillos. ─dijo Satán llanamente.

─¿Por qué se van? ─ Nebiros pensaba que aquello iba a ser peor que el Apocalipsis.

─Están hartas de tanta carne quemada, quieren carne fresca y sin cuernos, se van de striptease.

─Pero yo también me puedo quitar la ropa de forma sensual se ofreció Azael.

─¡Te despelotas delante de mi mujer y te mando al purgatorio! ─aseguró blandiendo amenazante el tridente.

─ Pero alguien va a hacerlo ─le contestó con malicia.

─Ya me encargaré de hacerle la muerte imposible a ese infeliz cuando llegue aquí dijo más para sí mismo─. Pero de momento, ¡vamos al parque! Satán era todo resolución.

Me niego, me niego y me niego negó tres veces Nebiros mientras se golpeaba los cuernos otras tantas veces con la columna que tenía más cerca.

─Si queremos que la armonía reine en el Infierno tenemos que hacerlo.

Los diablos estaban sopesando seriamente la idea de que el caos, al fin y al cabo, no era tan caótico.

Satán comprendió que necesitaba poner toda la carne en el asador.

 Además, ¿quién es aquí el rey tirano y cruel que os gobierna?, pues…

No pudo acabar la frase, la  estancia se llenó de la agradable fragancia de eau de sulfure que usaban las diablesas. Venían con los niños que ya habían terminado su clase de arameo avanzado. Y estaban listas para irse de fiesta.

Todos los diablos miraban lujuriosamente a las chicas, y un silbido se extendió por el lugar; fue un acto reflejo, el tridente de Satán saltó de sus manos a las tripas del desgraciado diablo que se atrevió a silbar.

¡Auch!, eso duele.

El efecto fue inmediato, todos fingieron que el techo era de lo más interesante que habían visto en toda su eternidad, esas humedades eran de otro mundo.

Bueno Luci cariño, te he dejado la cena de los nenes preparada Iset llevaba su vestido rojo y corto que le sentaba de muerte, y poniendo cara de madre responsable añadió, como mis niños me digan que no los has llevado al parque, o no les has calentado la leche antes de mandarlos a la cama, o el médico haya tenido que atender a mis bebés por cualquier magulladura, nos iremos de fiesta todos los días de nuestra existencia.

Satán sudaba y rezaba porque no pasase nada. Pero ella aún no había terminado.

Y, por cierto… ¡no nos esperéis despiertos!

Las diablesas estaban subiendo al autocar, que habían adquirido para la ocasión, mientras gritaban a pleno pulmón:

¡Si, sí, sí,

nos vamos de stripteease!

─Pero Iset cielo, no puedes dejar a los niños solos, te echaran de menos el chantaje emocional nunca fallaba.

Los niños tenían una sonrisa que no les cabía en la cara, ya habían planeado todas las travesuras que no servían con sus madres y estaban deseando probarlas con sus padres.

─¡Pásatelo bien mami! le deseó Damián con su sonrisa más inocente.

─Tráenos una mascota, un humano  para poseer pidió Zacarías, las posesiones eran su debilidad.

─¡No!, ¡nada de posesiones! Satán aún se acordaba de lo que dolía un exorcismo.

─Tranquilos nenes os traeré algo que os guste les aseguró mamá mientras los besaba.

Y sin mirar atrás se marchó.

 

Antonia Gómez

 

Conte a partir de merda, aire i quadern

Conte a partir de merda, aire i quadern

Un aire suau embolcalla dolçament les alzines, els roures i els pinetons del meu racó preferit. El terra ple de pinassa i fullaraca sembla una catifa on els meus peus recullen protecció i efluvis naturals que agraeixo.

 

Estic passant uns dies a la muntanya i mentre gaudeixo del paisatge i de la tranquil·litat que m’envolten, tinc a la mà el meu quadern de notes. No me’l deixo mai. M’agrada sentir-lo amb mi, com un amic silenciós que no pregunta, no contradiu el que escrius, però que guarda religiosament el teus secrets. Tenir un quadern a mà ha servit perquè en un moment determinat aquella paraula que has sentit, llegit o dit, que no tens clar el seu significat, la puguis anotar i buscar al diccionari o a Internet; prendre bona nota d’un refrany, metàfora o proverbi que t’agradi; per exemple : “Mentre vivim, vivim pel Senyor, i quan morim, morim pel Senyor. Per això, tant si vivim com si morim, som el Senyor”. Com a curiositat anotar que el músic i compositor Joan Sebastian Bach feia 1,61 metres d’alt i Frenderic Haendel en feia 1,90 i era a més a més molt gras i menjava molt. O també per escriure-hi una poesia:

 

                                Amb l’ombra dòcil

 

                                               Amb l’ombra dòcil del teu cos m’avinc

                                               i amb tu reprenc el goig de caminar.

                                               Cap ruta no pot dur-me més enllà

                                               perquè de tu me’n ve tot el que tinc.

 

                                               Minuciós, m’esforço perquè el dring

                                               de cada mot ens faci el viure clar.

                                               Em tempta el foc de l’horitzó llunyà

                                               i amb tu el contemplo, i amb tu vaig i vinc

                                               de mi a mi mateix. No hi ha desert

                                               si de tu em sento dolçament, reblert

                                               i els meus ulls dels teus ulls son franc ressò.

 

                                               En tu m’aprenc i em desaprenc en tu,

                                               i aquest vaivé tranquil és el que em du

                                               fins al centre  més pur del meu propi jo.

 

                                                                                  M. Martí i Pol

 

 Merda...! Ja m’he emocionat. Vaig a restar en blanc una bona estona per gaudir d’aquests moments d’intimitat.  

                                                                                                                                             Mª Rosa

 

Quadern - merda - aire

Quadern - merda - aire

Les faves del dinar.

En mitja hora havia anat tres vegades al lavabo a fer de ventre. Però… a qui se li acudeix menjar faves just abans d’anar a una entrevista de feina?! Sort que el lavabo estava just a la porta del costat, sinó no hi hauria pas arribat. Ja s’havia cuidat d’obrir bé les finestres del lavabo; no era qüestió que el primer que hi entrés morís asfixiat... Tot això pensava mentre estava assegut i feia anar la cama amunt i avall amb rapidesa. Aguantava un petit quadern de notes en una mà, tot repassant què havia de dir si li preguntaven per què havia deixat la seva última feina. Evidentment, no podia explicar que s’havia embolicat amb la filla del seu cap, ni podia mencionar els vint-i-cinc blocs Post-It de colors que havia pispat durant les seves tres setmanes a l’empresa...
De tan nerviós com estava esperant que el cridessin del despatx, fins i tot li va semblar que li costava respirar, necessitava aire. Va aixecar-se per obrir la finestra i aspirar a fons... la pudor de merda. Es va mirar la finestra oberta del costat amb ràbia. Va obrir la boca, i anava a deixar anar un reguitzell de paraules malsonants quan es va obrir la porta del despatx, i una veu va cridar darrera seu: “Senyor Prat, ja pot passar.”


Per: Alexandra Tejero Canal

Cuento a partir de : cuaderno, mierda, aire.

Cuento a partir de : cuaderno, mierda, aire.

Lágrimas inútiles

Hoy no voy a escribir en mi cuaderno.  Sólo tengo ganas de llorar. De encerrarme en mi cuarto con un paquete de kleenex, bajar la persiana y llorar. Yo sola. No quiero hablar con nadie, no quiero que me llame una amiga y me pregunte qué tal estoy porque no le puedo decir estoy bien y si lo hiciera la engañaría y no me gusta mentir; lo paso mal. Ahora también, pero es distinto.  Sola no tienes que fingir, puedes ser tu misma. Tú misma; esa a quien odias y a quien quieres, esa a la que intentas engañar sin conseguirlo. Me abrazo, acurrucada, de lado, sobre la cama y me tapo con el edredón.

 

Llorar debe cansar porque me he quedado dormida. Unas voces infantiles me llegan desde el otro lado de la pared. Deben ser las cinco. Dudo un rato antes de levantarme  y lo hago despacio. Cojo una bata para no destemplarme. Voy al baño y luego me preparo una infusión. Como unas galletas y pienso en qué voy a hacer de ahora en adelante.  Vivo cómodamente aunque él no me haga caso. Será eso, que a sus ojos no existo, que  soy invisible, lo que me entristece. Pero con hacerme ver no es suficiente. Podría ponerme un vestido rojo, unos tacones de órdago, un peinado atrevido y maquillaje a juego, pero si después de todo eso no se fija en mí, ¿qué recursos me quedarían? O aún peor, y si, de esa guisa le gusto. ¡Esa no soy yo! ¿Qué debería hacer? ¿vestirme, maquillarme y ser otra distinta para él? ¡Vaya mierda!

 

Y lo peor es que,  mañana, como hoy,  como cada día,  le volveré a ver pasar junto a mí con aires de santurrón, paseando a su perro, oculto tras sus eternas gafas negras. ¡Maldito seas!  

Cuento a partir de : puerto, menta, veneno.

Cuento a partir de : puerto, menta, veneno.

EL REGRESO DEL PIRATA

Había superado muchas tormentas en alta mar que se reflejaban en su rostro, de facciones duras, surcado por el perenne transcurrir de días y años. Demasiados años.

 

Desembarcó en el puerto de donde partió en su juventud,  con el odio por petate. Dejó zarpar su barco. Había decidido cambiar de rumbo. Por una vez, sólo una, quería pisar su tierra.

 

En tierra sus piernas se tambaleaban al son de  las primeras dudas. Paró en una taberna donde unos vinos las disiparon. Recorrió el camino a pie, como aquel día. El paisaje había cambiado; la carretera era más amplia y el tráfico abundante. Las casas esparcidas por el campo se habían acercado y el  horizonte, verde entonces, estaba moteado de teja y blanco. A medida que  se acercaba le llovieron recuerdos relegados que le humedecieron los ojos. ¿Cómo había podido vivir tanto tiempo sin ella?  Desde críos crecieron juntos, vecinos como eran y con la amistad que unía a ambas familias… No podía ser de otra manera. Pero se la jugaron bien… se esperaron a que marchara a cumplir con la patria, un destino demasiado apartado le retuvo lejos veintiún largos meses, y cuando regresó ella estaba casada con su hermano, el primogénito. Él no tenía derecho a las tierras, ni a la casa pero habrían salido adelante, como tantos otros… Pero a él le arrebataron su oportunidad… y además debía respetar lo que sus padres habían convenido. ¡Eso, nunca¡ Nadie ni nada podía aplacar su rabia que cual veneno le devoraba. Nadie le dio una explicación y ella no se atrevía a mirarle a la cara que escondía tras su bebé. A él lo cogió por el cuello con sus manos… ¡Casi mata a su hermano! Pero no lo hizo. Decidió huir, alejarse; puso mar de por medio.

 

Al llegar, delante de la casa, se encontró a su madre al sol, en una silla de anea. Extremadamente delgada. El blanco de su cabello, recogido en un moño, resaltaba sobre su tez tostada. La abrazó con cuidado, por miedo a que su fuerza quebrara un cuerpo tan frágil.

 

—Tu padre me dejó hace tiempo.

 

Fue lo primero que le contó. De haber estado, se habría quitado la rama de menta que siempre llevaba en la comisura de los labios, le habría acercado el porrón de vino y le habría espetado un ¿y qué, todo bien?  como si se hubieran visto hacía una semana.

 

—Tu hermano está en las viñas, trabajando—añadió ella sin soltarle las manos y sin esperar respuesta—. También está solo. Ella murió joven, al poco de marchar tú. Bueno, tiene a Anita y a mí dando guerra.

 

Al oír las voces salió de la casa una mujer.

 

Él creyó soñar al verla. Por ella no había pasado el tiempo…

 

—Tú debes de ser el tío Ramón, el Pirata.

 

Él sonrió alejando los fantasmas. Era idéntica.

 

—¿Pirata? ¿eso te han contado? —recuperando el ánimo.

—La abuela me contaba, todas las noches, el cuento de un pirata que tenía tu nombre.

—No quería que le contara ningún otro.

 

Entre risas sucumbió a la profundidad del azul de su mirada, más bravo que un temporal en alta mar y supo que no volvería a huir.

                                                                                                         

Montse Villares

Cuento a partir de : menta, puerto, veneno.

Cuento a partir de : menta, puerto, veneno.

La Taberna de la Luna llena

Hay un puerto que nadie puede ver.

No con los ojos que llevamos puestos todos los días.

Está muy lejos de la orilla, mar adentro. Su cielo son las olas verdes, y las aves marinas son peces plateados.

No se ven las estrellas, desde el puerto bajo el mar, y la luna solo es una mancha pálida a lo lejos. Pero hay una taberna, una vieja taberna de pescadores, con una luna llena como emblema. Allí van a parar, al final, todos aquellos que tienen el veneno del mar en la sangre.

Es un veneno sin antídoto, el veneno del mar. Un veneno salado que te llena la sangre de olas y el alma de cantos de gaviota. Y, una vez te ha atrapado, te obliga a navegar sin descanso, por todos los mares y todos los océanos, en busca de islas encantadas, de tesoros piratas y de sirenas con labios de agua, y tu único descanso llegará cuando encuentres el puerto bajo el mar, donde está la taberna.

En la Taberna de la Luna Llena, en el puerto bajo el mar, se explican cada noche todos los cuentos del mundo, en todas las lenguas que son o que alguna vez han sido. Ese es el precio por una noche allí. O por un plato de comida caliente, o una jarra de buena cerveza oscura. Si tienes una buena historia, no necesitas nada más.

Y, al final, todos acabamos teniendo buenas historias que contar, aunque no lo sepamos. Así que todos podemos pagar, por lo menos, por una noche en la Taberna de la Luna Llena.

María.

Port - Menta - Verí

Port - Menta - Verí

Viatge a Tenerife

Aquest és el seu moment triomfal! Fa molt de temps que es mor de ganes de fer anar un d’aquests trastos que tothom fa servir, però no ha gosat provar-ho mai per por a que se’n riguessin. “A la teva edat, vols aprendre a utilitzar l’ordinador??” li hauria dit tothom.
Ara, per fi, té davant la pantalla negra. Primer de tot... com s’engega aquesta maquinota...? Provaré tocant aquestes tecles... mmm... no, no fa res... I si apreto aquest botó vermell? No, el vermell sempre es fa servir per coses perilloses, segur que no és això... Mira, saps què? Trucaré el Jordi, que ell és informàtic i segur que em pot ajudar.
-    Nen, Jordi, sóc la iaia. Escolta, que m’han deixat unes fotografies de l’últim viatge de l’IMCERSO perquè les miri i no sé com va, això.
-    Ai, iaia... El què, no saps com va?
-    L’aparatu aquest que tenim al despatx, que no sé com va, i m’han dit que les fotografies les haig de veure per aquí, que és l’únic lloc on funciona el llapis. Han dit que era un llapis, però jo veig que no s’hi assembla gens...
-    Mare meva...
-    Què dius, nen?
-    Res, àvia, res! Que no toquis res, ara vinc!
Mentre espera que arribi el Jordi, l’Amèlia va a la cuina a fer-se una infusió de menta i a agafar unes galetes per quan arribi el nét, que d’alguna manera l’ha de compensar per venir a ajudar-la l’únic dia a la setmana que no ha de treballar.
Uns vint minuts més tard va arribar el Jordi, en part content per veure la seva àvia i en part no gaire content per no poder deixar la informàtica de banda ni un sol dia.
-    Mira, això és el què m’han deixat. Un llapis, diuen...!!
-    No, no és un llapis, és un llapis USB- va dir posant èmfasi en cada una de les lletres- i l’has de posar al port USB de la torre de l’ordinador.- es va mirar la seva àvia, que feia cara d’escoltar algú parlant japonès- Que és aquesta cosa gran que tens aquí al terra.
-    Ah...
En posar el llapis al port USB el Jordi passa l’antivirus per comprovar que la unitat estigui neta, però de seguida surt a la pantalla “Virus trobats: 1” La seva àvia de seguida li pregunta què vol dir que ha trobat un virus, i el Jordi li explica que és com un verí que ha passat del llapis a l’ordinador i l’he infectat. I que, com passa amb qualsevol verí, l’ordinador es pot posar malalt o morir-se. El virus queda eliminat després que el Jordi pitgi el botó de desinfectar, i diu a la seva àvia que ja pot mirar les fotografies.
Aquí comencen els problemes de debò... El Jordi demana a la seva àvia que obri l’explorador, i l’hi assenyala amb el dit, però és impossible que l’Amèlia el pugui obrir, perquè agafa “la rata” tan fort que és impossible fer anar el punter cap a la icona. En veure com la seva àvia no deixa de queixar-se perquè “la ratota aquesta” no es mou de lloc, el pobre Jordi decideix fer-ho ell, que així acabarem abans.
Després de veure les cent vint-i-vuit fotografies dels quatre dies de viatge a Tenerife, el Jordi diu a l’àvia que se n’ha d’anar, que ha quedat amb uns amics i ja fa tard.
-    Molt bé, molt bé, ja ho feu això el jovent de marxar de cop i volta. Però escolta, et trucaré aviat perquè em vinguis a fer classes d’informàtica, que això m’ha agradat! No li cobraràs pas diners a la teva iaia, oi?
I el Jordi, amb uns ulls com dues taronges, marxa de casa la seva àvia pensant que si el destí ha fet que no s’hagin vist durant tants mesos és per alguna cosa...

Cuento a partir de Titiritero - Imposible - Diagonal

Cuento a partir de Titiritero - Imposible - Diagonal

ENVIDIA.

    Era una noche fría de Enero. Ramón el Manco y Pepe el Gusano escuchaban una pequeña radio destartalada; un tesoro encontrado en una papelera,  mientras se calentaban las manos junto al fuego; un bidón donde, desde hacía un rato, ardían una mesilla troceada, algunos diarios y otros objetos inútiles.

 

... Se ha encontrado esta madrugada el cuerpo sin vida de un hombre entre las rocas del espigón.  Se trata de M.J.C. apodado el tirititero bailarín.  Se desconocen las causas de su muerte aunque las primeras hipótesis policiales descartan el robo y apuntan a un ajuste de cuentas.  La brutalidad de las heridas ha causado consternación.  Sin ser famoso, era un personaje popular entre los usuarios del metro de Diagonal que le recuerdan como un hombre alegre y risueño…   

 

—¡Qué sabrán éstos cómo era Mario! —dejó caer con rabia Pepe.

—Es que no le tragabas…

—Siempre iba con esos aires de santurrón. Que era feliz decía… ¿cómo se puede ir por la vida... ¡por esta perra vida!... diciendo soy feliz? Estaba loco, eso era lo que estaba.

—Aún así, creo que no fue buena idea irle al Ruso con la trola de que había ganado algún dinero...