Cuento a partir de: cine, pájaro, satisfacción.
En la Villa de Terrassa, el día 02 de octubre del año de Nuestro Señor, 2010
Don Juan Galindo del Pino:
Primer Caballero del Rey y Grande de España
Lo primero que percibió fue el agitado aleteo de un pájaro volando de rama en rama. Después, sintió la fría humedad del suelo y el crujir de las hojas secas bajo su peso. No sabía muy bien cómo había llegado hasta allí, pero al abrir los ojos, vio cómo empezaban a asomar los primeros rayos del sol a través de los árboles. Estaba en medio del bosque.
Después empezó a recordarlo todo. ¡Parecía increíble! Su vida, casi digna de una superproducción de cine… y ¡ahora estaba allí tirado!
Recordaba, cómo tiempo atrás, se había proclamado vencedor del Torneo convocado por el Rey, para encontrar al caballero que lideraría la más grande de las Cruzadas, que partiría hacia el Este del reino; la expresión de envidia de todos sus oponentes; los vítores de los habitantes del castillo, a su regreso de cada una de las gestas logradas.
Recordaba, cómo sus hombres lo respetaban y lo idolatraban; la fidelidad prometida por sus enemigos tras ser vencidos en las más duras batallas a campo abierto; los infieles cayendo a su paso tras la suave caricia de su espada y la clemencia que él brindaba a los que, muertos de miedo, pedía convertirse a la Religión Verdadera y Única.
Recordaba con enorme satisfacción, cómo había conquistado a la más hermosa de todas las damas que jamás había conocido; cuándo el rey le concedió la mano de su hija y ella, su bella y amada princesa, le prometió amor eterno.
Recordaba la misiva que había recibido de su familia, por la que se le reclamaba sin demora, para que atendiera el último ruego de su padre enfermo; cómo había salido del castillo durante la noche cerrada y cómo se había adentrado en el bosque; recordaba cómo una seductora hechicera había intentado embrujarlo por medio de provocativos y sensuales movimientos; que una extraña criatura le había obligado a beber un potente bebedizo, mediante engaños y artimañas, y cómo aquella pócima lo había dejado sin fuerza ni voluntad para defenderse en una emboscada; recordaba cómo había conseguido despistar a sus atacantes en la huía y cómo unos nuevos malhechores se cruzaron en su camino; cómo tras una larga persecución a lomos de su caballo, los villanos habían logrado abatirlo hasta hacerlo caer en medio del bosque, lugar en el que se encontraba; recordaba la feroz lucha contra ellos para proteger su vida y la de su corcel y cómo un terrible golpe de espada lo dejó inconsciente en el suelo.
Se levantó con gallardía y aplomo y empezó a caminar al encuentro de su pobre padre. Después de haber recorrido durante horas el bosque, arribó a un sendero. Siguiéndolo alcanzaría su destino.
De repente, un estridente sonido tras él hizo que se girara. Era insoportable, debía estar todavía bajo los efectos del extraño bebedizo. El ruido paró y un hombre se dirigió hacia él:
—¿Es usted Juan Galindo del Pino?
—¡Enmiende su error, plebeyo! —contestó muy furioso— ¡Don Juan Galindo del Pino, Primer Caballero del Rey y Grande de España, futuro esposo de la princesa!
—¡Atención, aquí patrulla 224! Hemos encontrado al novio desaparecido de la despedida de soltero. ¡Menuda tajada lleva! —y dirigiéndose a Juan, —súbase al vehículo, por favor.
—¡Vasallo, arrodíllese ante mí, ante su futuro rey!- sólo tuvo tiempo de apoyarse en el hombro del policía antes de vomitar todo el contenido etílico y narcótico que quedaba en su cuerpo.
Ya en el vehículo, el policía le leyó sus derechos.
—Don Juan Galindo del Pino, Primer Caballero del Rey y Grande de España, futuro esposo de la princesa, sepa su Alteza que anoche se saltó un control de alcoholemia y acabó en su persecución por las calles de la ciudad… perdón, del reino. Sepa Vuesa Merced, que su caballo ha sido hallado en territorio enemigo. Está cojo, desdentado y tuerto y nada se puede hacer por él, por lo que será sacrificado por un leal servidor a la Corona. Para resarcirle de tal agravio será usted hospedado en las mazmorras del Castillo —y añadió— ¡Ale, Mariano, tira pa’ la comisaría!
Mari Gómez
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