Hola a tod@s,me hace mucha ilusión escribir en nuestro blog, aunque no sé si ésto va a llegar a salir en él, bueno, por si sale os diré lo que he intentado hacer, se trata de un pequeño cuento dividido en dos partes, la primera la intentaré poner a continuación, la segunda la semana que viene, eso si todo sale según lo tengo pensado, claro. Os propongo un reto, pero no os adelanto nada, lo veréis después de la primera parte, la segunda parte será la solución de ese reto.
La maldición de Herson se puede decir que entra dentro de mi estilo, aunque tengo que decir que los magos siempre me han gustado no ha sido hasta que he leído un libro sobre un mago que no me había propuesto crear un personaje mago. No, no fue Harry Potter, mi mago inspirador es Raistlin, el mago de "Las crónicas de la Dragonlance", una trilogía de literatura fantástica y épica que... bueno, la recomiendo a todos los que les guste este tipo de literatura, yo me divertí mucho, tanto que después de la trilogía seguí rondando por los mundos de Krynn. Me gustan los personajes oscuros que no saben si quieren ser buenos o malos. Que nadie que haya leído "las crónicas" piense que va a encontrar una versión light de Raistlin, eso es imposible, Herson es mi personaje, pero tiene su propia personalidad, rebelde como todos.
Bueno, "La maldición de Herson" no pretende ser una gran obra de literatura, sólo una historia que espero que os entretenga y me dé un motivo para utilizar nuestro blog. un saludo a tod@s.
LA MALDICIÓN DE HERSON (primera parte)
Era una noche sin luna, las estrellas habían decidido no aventurarse a salir, dejando que los valientes viajeros encontrasen solos su camino.
César estaba empapado y perdido, sabía que si no encontraba pronto un refugio, pillar un resfriado sería el menor de sus problemas. No dejaba de temblar, había caído al río y sólo por puro milagro seguía vivo, no pudo hacer nada más que intentar no hundirse, la fuerza de la corriente había sido sobrenatural, finalmente había conseguido llegar a la orilla, pero aquello fue a la tarde, llevaba horas caminando y lo único que sabía es que estaba tan perdido como al principio.
Finalmente, como si alguien se hubiese apiadado de él, una tenue luz se divisó a lo lejos. Con renovadas energías se dirigió hacia aquel lugar, conforme se iba acercando comprobó que se trataba de un castillo enorme, no era medieval, parecía más antiguo, no se podía deducir la arquitectura que era, simplemente parecía sacado de un antiguo libro, un castillo encantado. Asombrado por la magnificencia del castillo se encaminó a él, pero no vio que un extraño personaje vestido con una capa negra lo observaba desde uno de los torreones.
Si hubiese prestado atención al torreón más alto habría visto que un extraño personaje vestido con capa negra no se perdía ninguno de sus movimientos.
Había un enorme tirador, pero no tuvo necesidad de utilizarlo, simplemente la puerta se abrió sin más. Dentro, una chimenea caldeaba el ambiente, César entró desconfiado, no quería que lo tomasen por un ladrón. Llamó a gritos a alguien, finalmente un sirviente se dignó a recibirle.
–Buenas noches, disculpe la tardanza –empezó a disculparse el sirviente, pero al ver el atuendo de su visitante se detuvo en seco–. Usted no viene por la petición matrimonial, ¿verdad?
–No, me he perdido en el bosque –dijo César tiritando de frío, en esas llegó una mujer delgada y muy atareada, pero en cuanto vio al joven lo dejó todo, increpó al sirviente por haberlo dejado en la puerta y lo invitó a pasar y calentarse al lado de la chimenea.
–Ahora mismo le traeré ropa seca, estoy segura de que encontraremos algo más apropiado para un caballero –dijo mientras miraba con aire desaprobador la camiseta desgarbada y pantaloncitos cortos de él.
Pronto entró en calor, y no se atrevió a protestar cuando la buena mujer le trajo algo imposible de definir, eran unos pantalones que se ataban con una cuerda de lo más extraños, y una camisa sin botones.
La mujer le dijo que se llamaba Aroa, y que había llegado en un buen momento, sería testigo de excepción de la petición de mano de un importante rey a la princesa Luana, era un gran honor, y con esa boda se conseguiría que el reino fuese más importante de lo que ya era, y eso les aseguraría una paz larga y duradera.
César estaba empezando a asustarse, cada vez parecía más evidente que había sido transportado a un mundo de reyes y princesas. Se disculpó por la interrupción de un momento que, sin duda, debía ser disfrutado únicamente por la familia, entonces una voz fría que venía de detrás de ellos, le dijo:
–Tonterías, todo esto no es más que una comedia, todo el reino está invitado, no se sienta intruso esto no es nada familiar, es un asunto de política.
Aroa hizo un gesto de desagrado.
–Tendrá que disculparle, a veces los magos no saben cual es su lugar.
Frente a él había un personaje que parecía sacado del Señor de los Anillos, iba vestido con una capa negra, estilizando su esbelta y delgada figura todavía más, su cara pálida y sus ojeras le daban un aspecto enfermizo.
– ¡Es un mago! –dijo César que no sabía cómo reaccionar.
–Sí, es Herson, lo recogieron cuando unos guerreros mataron a sus padres, y él habría acabado igual si no hubiese sido por la reina, ella lo acogió en su casa y él se lo pagó estudiando magia.
Se notaba que Aroa no tenía ninguna simpatía por el mago, pero también que lo temía, como si en cualquier momento fuese a convertirla en una rana.
Herson la miró con unos ojos llenos de desprecio, y esto hizo que a Aroa se le helase la sangre, y balbuceando una excusa al chico, lo dejó a solas con el mago.
–Usted no debería estar aquí, –pero se quedó en silencio unos segundos– o quizás sí, es el lugar en el que debería estar, por eso acabó en el río.
Sin decir nada más salió por una puerta.
César salió detrás de él, pero cuando llegó a la puerta el mago ya no estaba. Entonces apareció una chica preciosa, era Luana.
–Hola, –saludó con aire sonriente y despreocupado–, Aroa me ha contado que se ha perdido, no se preocupe, con nosotros estarás bien.
César ya empezaba a dudarlo después de lo que le había dicho el mago, pero Luana viendo el gesto preocupado en su cara se imaginó lo ocurrido.
–Me parece que ya ha conocido a Herson, no le debe asustar, en el fondo es un trozo de pan –mientras confesaba esto, sus mejillas se tiñeron de escarlata y se marchó a toda prisa cuando pareció que una persona llegaba por otra puerta.
César cada vez estaba más extrañado, ¿dónde demonios se había metido? La persona que llegaba era la propia reina acompañada de un hombre de cabellos blancos, parecía su esposo.
– ¡Ah!, tú debes ser el chico que ha pedido cobijo –dijo la reina con un desdén imposible de disimular–, si por mí fuera te dejaría en una de las habitaciones y no te invitaría a esta celebración, pero como un favor personal al prometido de mi hija –y se refirió al señor de cabellos blancos que llevaba colgado del brazo, –espero que sepas estar a la altura de tan gran celebración –y con un gesto de indiferencia se marchó dejando al prometido con él.
–Buenas noches, soy Kúnfer, señor de los grandes reinos de Murion, no se lo tengas en cuenta, está muy nerviosa con la pedida de mano.
Kúnfer comprobó que su impecable túnica blanca no tuviese la más mínima imperfección.
César se quedó sin saber qué decir, no había oído en su vida ni el nombre de Kúnfer ni los grandes reinos de Murion, aquello parecía cada vez más un capítulo suelto de la vida de Arturo y los Caballeros de la Mesa Redonda.
Lo dejaron tranquilo un rato y trató de asimilar lo que estaba pasando, estaba paseando por un pasillo cuando cayó en la cuenta de que se había vuelto a perder, desesperado empezó a dar vueltas y más vueltas, de pronto escuchó unas voces que intentaban ser silenciosas.
–Herson, no puedes hacer nada, por más que me quieras, la paz del reino está en esta boda –dijo la princesa en un susurro.
–Luana, nunca serás feliz al lado de ese... monarca –murmuró.
–Un poco más de respeto, dentro de dos semanas será tu señor –dijo con una dura mirada–. Lo siento Herson, –la chica se arrepintió en seguida– pero tienes que entenderlo...
–Lo convertiré en rana –Herson ya no se molestaba en ser discreto.
Luana rió con ganas, pero el mago hablaba muy en serio.
–Sabes que esto es más importante que nosotros –dijo evitando con toda su fuerza de voluntad cogerle las manos–, además mi madre empieza a sospechar algo, no podemos seguir viéndonos, y menos a solas, sería una falta de respeto a Kúnfer. Me da igual que no quieras oír ese nombre, –le advirtió cuando observó la expresión de asco que puso el mago – dentro de poco le deberás respeto y obediencia.
–Antes de verte casada con ese anciano, soy capaz de hacer una locura.
Y sin más, se marchó de la estancia. Se contrarió cuando vio al chico, que deseó el suelo se hubiese abierto a sus pies.
Aún no sabía cómo, probablemente por un hechizo de Herson, había conseguido llegar al salón. El ambiente allí era cálido y festivo, la música sonaba, las parejas bailaban... todo el mundo parecía feliz, todos menos el huraño mago que parecía estar de un humor digno de su indumentaria. Aunque no era el único, la reina lo miraba con una expresión de sospecha, y cuando Luana advirtió la mirada de su madre casi se desmaya de la impresión. Kúnfer, solícito, se puso a su lado y le preguntó si se encontraba bien, Herson parecía querer atravesarlo con la mirada, César lo estaba viendo todo y no dudó que en cualquier momento el mago lanzaría un ataque mortal al prometido.
–No se preocupe, el mago es así, ni en el día más feliz en el castillo es capaz de sonreír –era un chico fuerte y joven– me llamo Ralius, y soy hermano de Luana. Éste es Jartos, un amigo de Kúnfer y mío.
César saludó a Ralius y Jartos. No tenía mucha hambre, y el recuerdo de lo que había oído horas antes no le ayudaba, de pronto se quedó paralizado cuando se encontró con la mirada penetrante del mago, éste le hizo un gesto significativo con la cabeza, parecía que tenía mucho interés en hablar con él, así que, por miedo a enfadar al mago, se disculpó y salió discretamente.
–Yo no quiero meterme en esto, es cosa vuestra –dijo asegurándose de que nadie les escuchaba.
–Es tarde, podría haber ignorado el hecho de que hubiese sido capaz de llegar hasta aquí, pero es de los pocos que conocen lo que estamos intentando ocultar Luana y yo.
–Yo me perdí,... y no sé nada de nada sobre... vosotros dos.
Una mueca burlona pero agradable asomó a los labios del mago.
– ¿De dónde viene, quién es?... un gran hechicero que quiere perturbar la celebración, o un mago con pocos poderes y despistado.
– Yo no soy mago.
–Tiene que serlo para haber podido cruzar la barrera que creé la noche en que el castillo y sus gentes fue destruido.
César miró horrorizado al mago, ésa era la locura de la que había hablado con Luana. El mago adivinó lo que estaba pensando.
–No se equivoque, mi maldición no tiene nada que ver con Kúnfer. O sí.
El mago se disponía a irse, pero César lo paró.
–Espere, ¿qué maldición, qué barrera?...
–A su tiempo todo se sabrá. –y se marchó dejando al chico más asustado y confundido.
Volvió a la sala, la fiesta seguía ajena a los horrores que sentía César, cada vez estaba más asustado, casi no podía apartar la vista del mago. En un momento la reina se llevó al mago de la sala. César decidió seguirlos discretamente.
–No te lo vuelvo a repetir Herson esto es una fiesta, finge que te diviertes.
–No me puedes pedir eso –casi suplicó.
–Lo que no te voy a consentir es que sigas mirando a Luana. Esto debería haberlo cortado cuando erais críos, pero pensé que sería una cosa de niños. Te lo advierto, si Kúnfer se da cuenta de tus miradas no lo detendré cuando te lleve a los calabozos y te azote con el látigo.
El mago se sentía muy dolido, pero a la reina no le importaba.
–Bastante tuve cuando consentí que aprendieras magia –parecía que había odio en su mirada–, ese arte es propio de criminales y gente de mala vida.
–Bien que recurriste a mí cuando me necesitaste.
–Sí, pero ahora no te necesito, necesito a Kúnfer, así que no me tientes o te arrepentirás.
El mago se mordió la lengua para no gritar lo que quería, en lugar de eso, dio media vuelta y se fue.
–No me des la espalda –dijo con un tono tan autoritario que era imposible no obedecer–. La fiesta aún no ha terminado, te marcharás cuando yo te lo diga y no me mires mal, sabes que puedo interpretarlo como un intento de hechizarme y eso te costaría la vida.
El mago volvió a la fiesta.
César sintió compasión por el pobre mago, todo el mundo parecía conocer lo que sentía por Luana, por más que ambos habían intentado ocultarlo, pero era evidente que preferían casarla con un vejestorio a que fuesen felices.
La fiesta seguía de lo más animada, solo Luana, Herson, la reina y Ralius, a parte de César parecían algo preocupados. En un momento dado la reina sacó a Luana de la fiesta. César, por supuesto, las siguió.
–Es una vergüenza, deberías estar bailando con tu prometido en vez de mirar al avinagrado de Herson. –La princesa estaba al borde de las lágrimas.
–No voy a poder madre, no lo quiero, yo amo a...
Antes de que la chica pudiera confesar a quien amaba la reina la había abofeteado, justo en ese momento apareció Kúnfer, las dos mujeres se quedaron sin saber cómo reaccionar, la reina dejó solos a los dos prometidos, pero lanzó una mirada mortífera a su hija.
– ¿A quien amas Luana?
La chica no sabía dónde meterse, y sabiéndose descubierta, casi suspiró de alivio, las lágrimas que con tanto esfuerzo había intentado reprimir toda la noche cayeron ahora con total libertad tranquilizando el atormentado espíritu de Luana.
–El mago…, por favor dime que no es el mago –suplicaba Kúnfer.
Pero la chica no quería seguir mintiendo, era a Herson a quien amaba, era al mago a quien pertenecía su corazón, era por su amigo de infancia por quien suspiraba. Su silencio la hacía cómplice de la respuesta que Kúnfer sospechaba, pero ella no quería quedarse callada, ella quería gritarlo, y así fue, lo gritó y no quedó nadie en todo el castillo que no escuchase cómo Luana confesaba que estaba enamorada de Herson.
La cara de Kúnfer era un poema, por un momento sintió deseos de estrangular a la muchacha, con un esfuerzo sobrehumano consiguió apartarse de ella y se fue a su habitación.
Todos los invitados estaban allí. Ralius se acercó a su hermana, la cogió de los brazos y la zarandeó mientras le decía:
– ¿Qué has hecho, desgraciada?
Pero Herson lo apartó de ella con un empujón.
–Esto ya es demasiado tú –intervino la reina dirigiéndose a Herson–, vete de aquí, de momento quédate en tu habitación y no salgas en todo lo que queda de noche.
Avisó a los guardias y ordenó que no lo dejaran salir, los soldados se quedaron mirando, ¿cómo iban a poder luchar contra sus hechizos?, pero era una orden de la reina, confiaban en que el mago no pondría las cosas difíciles.
Los guardias escoltaron al mago a su habitación, Jartos se había ido con su amigo, la fiesta se había acabado. Todos decidieron irse a dormir.
A César le habían dado una habitación, pensó que con todas las emociones de esa noche no podría conciliar el sueño, pero un cansancio invencible se apoderó de él. Cuando despertó comprobó que ni siquiera estaba en la cama, estaba en un sillón de su habitación. No tenía tiempo que perder, sabía que dentro de poco pasaría algo, y si no descubría qué era o cómo evitarlo, temía que formaría parte de aquella escena maldita.
Decidió ir a la habitación del mago, pero allí sólo encontró a los guardias dormidos, temiendo lo peor fue a la habitación en la que había descubierto a los amantes, pero esta vez en la estancia estaban Herson y Kúnfer, uno era oscuro, negro, el otro blanco, sin aparentes secretos.
– ¿Cuánto hace que quieres a mi prometida?
–Desde antes de que supieras ni que existía.
–No te hagas el ofendido, tú estabas dispuesto a entregármela, a dejarla sin luchar por ella –dijo orgulloso.
–Estaba dispuesto a dejar que ella decidiera lo que quería –retó el mago.
–Su amor por ti no es más que un hechizo que le has lanzado, estoy seguro que cuando no te vuelva a ver se curará.
– ¿Cómo te atreves a decir que la he hechizado?, no soy ni tan bueno ni tan ruin, por más que los demás lo crean.
El mago, indignado pareció crecerse ante Kúnfer, pero éste no se amilanó.
–La reina me ha asegurado que su hija jamás se fijaría en alguien como tú, nunca, a menos que estuviese hechizada, ¡sabes cual es el castigo por intentar influir en los sentimientos de la gente!
– ¿Qué es lo que estás haciendo tú?
El caballero sintiéndose ofendido golpeó al mago, éste se recuperó a tiempo de ver que Kúnfer intentaba golpearlo de nuevo, con un simple movimiento que parecía el preludio de un encantamiento, consiguió que el caballero se detuviera.
–Podría hacer que te matasen por esto –dijo intentando ocultar su miedo.
–Podrías estar muerto hace mucho tiempo.
Los ojos del mago no se separaron de los de Kúnfer.
El caballero se marchó, ni siquiera miró a César cuando pasó por su lado. El mago sí lo vio.
–Ya sabe casi todo lo que pasa aquí, pero aún queda lo peor, la muerte de Luana.
César se quedó sin saber qué hacer y, sin saber por qué se vio lanzado a una carrera hasta la habitación de la princesa, efectivamente, la princesa estaba muerta en su habitación, alguien la había estrangulado.
Inmediatamente apresaron al mago, éste aseguró que no lo había hecho, pero que una vida sin Luana no valía la pena vivirla, y antes de que nadie pudiera evitarlo lanzó la maldición, esa noche sería repetida una y otra vez durante toda la eternidad hasta que todos descubrieran quien era el asesino. Y sin más, su cuerpo se incendió, el fuego consumió al mago dejándolos a todos malditos.
Fin de la primera parte.
Por Antonia.
¿Sabes quién mató a la princesa? Una pista, para quien me conoce ya sabe las cosas que escribo, para quien no, deciros que tampoco soy tan mala, el asesino, o la asesina, está esa noche en el castillo.
La semana que viene pondré la segunda parte.
Bueno, voy a intentar poner la segunda parte detrás de la primera, como siempre, no sé si saldrá, intento editar,pero bueno,el pc y sus misterios, puede salir por cualquier parte, en fin si no sale lo siento, si sale genial, si la segunda parte saliese antes que la primera, buscad la primera parte, que estará el día 22-03-2008. espero que os guste.
LA MALDICIÓN DE HERSON (segunda parte)
César volvió a aparecer en la entrada del castillo, sintió la tentación de salir corriendo, pero algo le dijo que aunque no entrase la noche se repetiría una y otra vez, debía encontrar al asesino de Luana.
La noche se desarrollaba como la anterior, la pedida de mano de la princesa era el motivo de celebración. César decidió investigar un poco más a Kúnfer, señor de los grandes reinos de Murion, y haciéndose el interesado por los asuntos de “tan grandes reinos” entabló una conversación con el rimbombante señor de los grandes reinos de Murion.
–He estado fuera algún tiempo, así que no he tenido noticias de los últimos acontecimientos –dijo César con aire inocente.
–Es igual donde vaya, siempre debería saber lo que pasa en los grandes reinos de Murion.
–Bueno, al menos he tenido la suerte de encontrarme al mejor informador –César era un pelota cuando se lo proponía.
Al monarca pareció enorgullecerle aquel comentario, así que César se lanzó a hacerle la pregunta más importante.
– ¿Desde cuando conoce a la princesa Luana?
–Desde hace unos años ya, confieso que cuando era una cría dejaba mucho que desear, pero su madre la ha convertido en una futura esposa y reina inmejorables.
Kúnfer puso ojos soñadores, realmente parecía enamorado de la princesa.
–Así que no fue amor a primera vista.
–El amor a primera vista no existe joven, sólo los intereses y el bien del pueblo.
– ¿Pero usted ama a Luana?
–Por supuesto.
No se atrevió a preguntar por los sentimientos de la chica, ya los conocía.
La fiesta seguía el ritmo de la noche anterior, las miradas entre el mago y la princesa eran evidentes, hasta Kúnfer tuvo que notarlo.
La reina volvió a llevarse al mago, pero esta vez César no los siguió, había más movimiento en la sala, Jartos se llevó a su amigo a otra estancia, y César se dispuso a escuchar la conversación. En efecto el tema era sobre la elección de su futura esposa.
–Kúnfer, sé que la quieres, pero es evidente que ella está enamorada del mago –informó su mejor amigo sin ningún tacto.
–Jartos, sólo te lo parece, ella me ha elegido a mí, podría haber elegido a Herson, pero estamos celebrando el futuro enlace con mi reina –contestó tercamente.
–Kúnfer, no te ciegues, Luana sólo quiere conseguir un reino más poderoso.
–Pues esa es una buena razón para casarse conmigo.
Era una excusa muy pobre, pero para un enamorado, todo vale.
–Pero ¿y el amor?
–Me consideraré satisfecho con que no me engañe cuando estemos casados.
– ¡Ni ahora!, no permitas que vuelva a ver a ese mago, además tampoco me gusta como te mira, seguro que si pudiera te lanzaría un hechizo.
Sabía que su amigo era implacable en casi todos los asuntos, lástima que el de los sentimientos no fuese uno de ellos.
–Herson nunca me hará nada, debe respetar la decisión de Luana y la reina.
Viendo que su amigo estaba tan enamorado que no era capaz de comprender que Luana quería al mago, decidieron volver a la fiesta.
Kúnfer buscó con la mirada a Luana, pero no estaba, el único que le miraba con unos ojos llenos de desprecio era el mago. Salió de la sala en busca de su prometida, y allí fue cuando la escuchó hablar con su madre, confesando que quería a otro, el hermano también apareció.
Otra vez se llevaron al mago a su habitación y la fiesta volvió a concluir.
César volvía a estar en su habitación, se tumbó en la cama, se sentía muy cansado pero sabía que no debía dormirse, aun así cerró un instante los ojos, cuando los abrió estaba sentado en el cómodo sillón. Se fue al dormitorio de Kúnfer, llegó a tiempo de ver que salía de la habitación y se dirigía a la del mago, pero éste no estaba allí, había dormido a los guardias y se había marchado.
Kúnfer, enfurecido, fue a la habitación de Luana, pero antes de llegar, encontró al mago en la sala donde discutirían, parecía que Kúnfer no había tenido tiempo de matar a Luana, en vez de quedarse a escuchar la discusión de Herson y Kúnfer, se marchó a la habitación de la princesa, pero llegó tarde, a los pocos segundos todos estaban allí. La maldición volvería a repetirse.
César volvía a estar otra vez en la dichosa puerta del castillo, tuvo la tentación de salir corriendo a cualquier otro lugar y dejar que se matasen unos y otros, pero volvió a entrar, al menos ya había eliminado a un sospechoso, y si tenía en cuenta que Herson lanzó la maldición, esperaba que no fuese él el asesino.
Quizás debía investigar un poco más al amigo, Jartos, pero hasta la fiesta no fue capaz de encontrarlo.
Una vez allí no le quitó la vista de encima, pero lo que más le llamó la atención fue la cara del hermano, Ralius, que parecía querer fulminar a Herson con la mirada, pero eso era cuando no le observaba, porque cuando el mago miraba a otra persona que no fuese Luana, Ralius era incapaz de mirarlo a la cara.
El mago se fue acompañado de la reina, y también Kúnfer y su amigo. Ralius aprovechó para llevarse a su hermana a un rincón de la sala. César se las ingenió para escuchar la conversación de estos dos personajes.
–Luana, por favor, ¿se puede saber qué estás haciendo? Sólo te falta saltar encima de Herson para que todos se den cuenta de lo que sientes.
–Lo siento Ralius, pero creo que no voy a poder seguir con esto, yo no quiero a Kúnfer...
–Ni se te ocurra volverlo a decir, a nadie, nunca más. –dijo zarandeando a la chica. Y sin más se volvió a la mesa, Luana también regresaba pero su mirada se cruzó con la de Herson y la reina se llevó a su hija a la sala.
Cuando la madre se fue con su hija, Ralius, armándose de valor, cogió al mago del brazo y se lo llevó al mismo rincón de la sala que había servido para hablar con su hermana, César seguía en su mismo escondrijo, así que no tuvo que moverse para escuchar la conversación entre estos dos personajes.
–Deberías marcharte, aquí no haces nada, sólo molestar lo que debería ser una agradable celebración.
–Ojalá pudiese irme, pero la reina no me deja –se sintió ridículo cuando dio la excusa.
–Entonces compórtate como miembro real que eres.
–Yo no pertenezco a la familia.
–Sí, desde que mi madre te recogió.
Una sombra cruzó la mirada del mago.
–Fue el ejército de Kúnfer el que mató a mis padres.
–Eso fue hace tiempo, y Luana no tiene que pagar por los errores de otros.
–Ella se merece algo mejor que ese ase... –Ralius le tapó la boca antes de que el mago concluyera su frase.
–Ten cuidado con lo que dices Herson, hay cosas que mi madre no puede proteger.
Herson estaba furioso, pero consiguió dominarse, en ese momento apareció Kúnfer, y la mirada de desprecio del mago hizo que el príncipe no se quedase en la mesa, fue en busca de la princesa.
César estaba anonadado, la historia era más compleja de lo que pensaba, debía ir con todos y escuchar la confesión de Luana.
Debía ceñirse a su plan, seguir a Jartos, pero lo que había descubierto en la sala aún bailaba en su mente.
Fue rápidamente a la habitación de Jartos, en tres noches, había descubierto todos los rincones del castillo. Pero advirtió que no estaba en la habitación, desesperado fue a la de Luana, pero ella seguía viva, con un respiro de alivio se marchó buscando al amigo del novio. Lo encontró hablando con la reina.
–No se pueden casar, ella ha declarado delante de todo el mundo que está enamorada de Herson, un mago nada menos –Jartos parecía furioso.
–Mi hija no sabe lo que dice, ella se ha criado con él, lo ve como a un hermano, Herson la ha hechizado, estoy segura –la dura expresión de la reina parecía resquebrajarse por momentos.
– Y ¿por qué iba a hacer eso? –Jartos casi deseaba que fuese verdad, o al menos que lo pareciese.
–Por vengarse del señor, él fue el responsable de la muerte de su familia, sería de lo más normal que Herson no quisiera que Kúnfer formase una con la que considera su hermana –sonaba bastante convincente.
–Entonces habría que matar a Herson –la mirada de Jartos se iluminó ante la idea.
–Él no es mala persona, hablaré con él, seguro que ya está arrepentido...
–El mago debe morir si quiere que Kúnfer se case con Luana.
–Eso lo debe decidir Kúnfer –y se marchó.
César siguió a Jartos convencido de que iría a la habitación de Luana, pero se fue derecho a su habitación, decidió vigilar su puerta sentado en un sillón que había cerca, si la puerta se abría él lo notaría. Cerró un momento los ojos, de repente, el grito de la reina lo sobresaltó. Había vuelto a equivocarse.
Ya sólo quedaba el hermano, y después de lo que había visto y oído la noche anterior no le parecía una idea tan descabellada, aunque se resistía a creer que Ralius fuese capaz de hacerle eso a su hermana. No se molestó en seguir a nadie, creía conocer todos los oscuros secretos que todos ocultaban, así que decidió disfrutar de la fiesta, que acabó cuando Luana confesó estar enamorada de Herson, tuvo la tentación de decirle a la princesa que se marchara con el mago, lejos de todos y ponerla a salvo, pero la maldición exigía que todos supieran quién era el asesino de Luana, así que se limitó a seguir al hermano por todo el castillo, pero era evidente que el chico no pretendía salir de su habitación. César luchó por no dormirse, pero no fue ni un segundo que cerró los ojos, finalmente llegó la hora de la muerte de Luana, y todo volvió a empezar.
César no sabía qué hacer, todos los posibles sospechosos tenían coartada, lo único que podía hacer era advertirles a ella y al mago para que se fueran, la princesa no tenía por qué morir.
Así que en cuanto tuvo una oportunidad avisó a Herson de lo que estaba a punto de suceder, el mago lo tomó en serio, y más tal y como se iban desarrollando los acontecimientos, pero estaba claro que le era imposible acercarse a la habitación de Luana una vez que la reina le obligó a permanecer en su habitación, el mago estaba desesperado, así que durmió a los guardias para ir a reunirse con su amada, pero fue interceptado en el camino por Kúnfer, y volvieron a tener la misma discusión que todas las noches. César luchó contra el sueño tenía la sensación de que cada vez dormía menos, pero seguía durmiéndose, quizás era inevitable al haberse dormido la primera noche, pero no debía volver a suceder si quería evitar la muerte de princesa.
César no se rindió, si el mago no era capaz de llegar a Luana, tendría que ser Luana la que fuese al encuentro del mago.
Así que en cuanto la fiesta acabó, César se fue directo a la habitación de Luana, intentó persuadirla de que la mejor solución era que huyera con el que ella amara, pero la chica no podía huir, sería la princesa de los grandes reinos de Murion. César no se lo podía creer, prefería morir a vivir feliz con el amor de su vida.
–Yo me debo a mis súbditos, no puedo escapar como cualquier campesina.
–Pero es que ya no habrá boda, ha dicho delante de todo el mundo que ama a Herson.
A la princesa se le ensombreció el rostro.
–No puede ser, Herson y yo somos como hermanos, no puedo quererle.
–Pero lo quieres –César cada vez estaba más desesperado–, eso es lo que cuenta, y si no se va pronto no importará que sea campesina o princesa, alguien la matará.
– ¿Cree que no me gustaría irme con Herson?, pues claro, pero no puedo, soy la princesa, hay mucha gente que depende de mi unión con Kúnfer, y Herson lo sabe.
–No importará quien dependa de quien, dentro de pocos minutos estará muerta.
–Entonces aceptaré la muerte que el destino me tenga reservada, pero como princesa de mi tierra.
César sintió que la ira lo cegaba, como podía ser alguien tan estúpida, preferir morir a huir con el amor de su vida. Sin saber cómo se encontró apretando el cuello de aquella desgraciada. En sus ojos vio la verdad, él era el asesino de Luana, y todos los habitantes del castillo estaban allí, viendo al auténtico asesino de Luana, casi agradeció que todo acabase de una vez.
A la mañana siguiente unos cazadores encontraron el cuerpo de un chico que se había ahogado el día anterior.
–Sí, creo que es el chico que desapareció ayer. ¡Qué ropajes más raros lleva hoy en día la juventud!
–Ya decían que había pocas probabilidades de que lo encontraran vivo, el agua iba con mucha fuerza y las corrientes son muy peligrosas.
–De todas formas encontrarlo aquí me pone los pelos de punta, por favor vámonos, avisaremos desde la carretera.
–No te creerás las leyendas que se cuentan, sobre este lugar, verdad.
– ¿Qué leyendas?
–Pues la de que un brujo al ver que no podía conquistar a una princesa la mató y destruyó el castillo.
–Yo tenía entendido de que fue un vagabundo el que mató a la princesa, en fin, son sólo leyendas –y sin volver la vista atrás se marcharon del lugar.
A pocos pasos de donde se encontraba el cadáver las ruinas de un castillo quedaban ocultas por unas enredaderas y dos personajes transparentes y vestidos con extrañas ropas miraban como el autor de su muerte yacía a sus pies.
FIN
Por Antonia G.
NOTA: Evidente ¿verdad?, sobre todo después de la segunda vez que se duerme. Sí, quizás hice un poco de trampa, pero es que no podía ser otro el asesino.
Lo más increíble es que voy a dar explicaciones, no os acostumbréis porque no lo suelo hacer, es más, es la única vez que las voy a dar y tengo la sensación de que sobran, pero haya van:
La familia no puede ser, como diría Don Vitto Corleone, la familia es lo más importante.
La madre la castigaría sin salir, y su hermano le tiraría del pelo, pero nada más.
El novio mucho menos, la violencia de género es un acto machista y retrógrado y ningún personaje mío, si puedo evitarlo, será así.
El amigo era el que sí que podría haberlo hecho, y es que no es fácil quedarse sin hacer nada cuando ves que a tu mejor amigo lo están engañando, pero Ralius tendría otros planes para conseguir que Kúnfer fuese respetado, y es que, después de todo, Luana se convertiría en su reina.
El que tiene motivos suficientes para matar a la princesa, es César, pues es el único lo bastante desesperado como para cometer dicho acto, pues era la única forma de acabar con todo.
Sí, soy muy mala, pero es que no pude resistir la tentación de escribir un relato un poco extraño.
Espero que os haya gustado.