Terrassa inspira
Hola, hace un rato me acabo de cargar el cuento, así que no os aseguro que llege esta vez sano y salvo, en fin lo vuelvo a intentar. Vereis que las descrripciones son un poco superficiales, pero esque no puedo con ellas, bueno, espero que podais leerlo sin problemas.
Antonia Gómez
LA ESPERA
Leyenda urbana de la plaza Primer de Maig
Todos los días pasaba por la plaza Primer de Maig, era el camino más corto para llegar a donde siempre iba. Ese día la vio, una niña pequeña sentada en los escalones del Reloj de Sol, aquel reloj que nadie conseguía entender, en el suelo estaban colocados estratégicamente los números de las horas, pero no había nadie que supiese cómo funcionaba ese reloj.
Pues allí estaba aquella niñita, no tenía más de cuatro años, con su abrigo rojo y abrazada a un muñeco de trapo, un pequeño payaso de colores chillones y alegres.
Sola, era extraño que en aquella plaza tan concurrida pudiese haber alguien tan solo como aquella pequeña. Parecía que los demás niños evitaban aquel lugar, como si creyesen que esa niña pudiese hacerles algo o contagiarles alguna peligrosa enfermedad.
No pudo evitarlo, se dirigió hacia ella.
–Hola pequeña, ¿qué haces aquí tan sola?
La niña la miró, pero sólo un momento, aquellos ojos, ¿qué le recordaban aquellos ojos?
–Es una desconocida, no puedo hablar con desconocidos –dijo mientras miraba el mismo punto que llevaba mirando todo el tiempo, meciéndose abrazada a su muñeco.
–Hola, yo me llamo Ana –dijo tendiéndole una mano a la niña.
La pequeña sonrió, como si supiese un secreto que nadie más conociese.
–Yo también me llamo Ana.
–Ya no somos desconocidas.
–No.
– ¿Y tus papás, dónde están?
–Mamá murió. –Ana lamentó oír aquello, ella también había perdido a su madre cuando era muy pequeña, casi no tenía ningún recuerdo de ella.
– ¿Y tu papá?
–Me dijo que le esperase aquí, que volvería a por mí pronto.
Ana no podía dejar sola a aquella niña en la plaza. No tenía prisa, así que decidió esperar con ella a que llegase su padre. Ana se sentó junto a Anita y miró aquella plaza que tan bien conocía. Desde su posición podía ver las entradas de la plaza por la calle Doctor Ferrán, los niños paseaban con sus bicicletas, jugaban con la pelota… los más pequeños estaban en el parque infantil, era lo más nuevo de aquella plaza.
Desde donde estaba no podía ver su zona preferida, el tobogán y los columpios, así que se giró para verlos. Cuando ella era pequeña se había pasado mucho tiempo jugando en los columpios y en las barras, que ya habían desaparecido.
Cuando volvió la vista hacia Anita, ésta ya no estaba. La buscó con la mirada, no podía ser que ya hubiese llegado el padre y se hubiesen ido, pero no había rastro de la niña.
En fin, era hora de seguir su camino.
Al día siguiente, como siempre, Ana volvió a pasar por la plaza, miró hacia el Reloj de Sol, y volvió a verla, en el mismo sitio, con su mismo abrigo, y su muñeco y mirando al mismo punto.
–Hola Anita.
La niña la miró, solo un segundo, y volvió a mirar el mismo punto tan interesante.
– ¿Estás esperando a tu papá?
La niña asintió.
Ana sentía que allí pasaba algo raro, y esta vez no apartó la vista de la niña. Le siguió prestando atención incluso cuando dos niños pasaron a su lado, cuando se dieron cuenta de que estaban demasiado cerca de aquel lugar el más alto se llevó corriendo al otro.
Pasó el tiempo, a Ana ya le escocían los ojos, pero no estaba dispuesta a perder a esa niña de vista, finalmente, Anita desapareció sin más.
Los niños se alejaron corriendo, habían pasado demasiado cerca de aquella mujer, aunque no lo suficiente como para escucharla.
– ¿Pero qué pasa, por qué me empujas? –preguntó el más bajo.
–No debes acercarte a ella.
El niño se volvió a mirar.
– ¿A esa mujer, la del abrigo rojo y el muñeco viejo de payaso?
– ¿No sabes quién es?
El otro se encogió de hombros.
–Es Ana “La Loca”.
– ¿Y qué?
– Su padre la dejó jugando en la plaza cuando era pequeña, cuando venía a buscarla un coche lo atropelló y lo mató.
– ¡Oh, qué triste!
– Desde entonces, se dice que si te acercas a ella lo suficiente como para escucharla, tus padres morirán en pocos días.
– ¿Y qué dice?
– Pablo se acercó una vez a ella y asegura que decía una y otra vez “estoy esperando a mi papá”.
–Pero los padres de Pablo están vivos.
– Espera una semana y verás.
En aquel momento Ana se levantó dispuesta a marcharse.
– ¡Mira, se va!
–Sí, siempre se va a la misma hora, la hora en la que el padre murió.
– ¿La seguimos?
–No servirá de nada, nadie sabe a donde va cuando se marcha de aquí, a veces lo hemos intentado, pero siempre ocurre algo, pasa un camión, un grupo de personas, dobla una esquina, el caso es que desaparece. Pero siempre vuelve.
FIN
6 comentarios
Miyinalouzo -
Pavoguze -
Toni -
Toni -
Habrá que empezar a ver los rincones de la ciudad con otros ojos...
evaglauca -
Merche -
He paseado por la plaza Primero de Mayo, en los escalones del reloj del sol esperaba encontrar a Ana...