Cuento a partir de callejón otoño y dedicación.
Conducía arropado fugazmente por la falsa seguridad de mi vehículo, arrastrándome empujado por el reguero de luces alargadas que se desplazaban cabizbajas entre el callejón oscuro de los sueños y las ilusiones, las obligaciones y las monotonías…
Movía el sintonizador del dial, casi por instinto, a tientas, entre la oscuridad de la noche de otoño de un domingo espeso, oscuro, consciente de su propia extinción... Una emisora desconocida, encontrada al azar regalaba melancólicos boleros y sus notas lánguidas seducían poco a poco, suavemente.
Bajo el negro opresivo de un cielo deprimente, se adivinan entre la tierra y las estrellas, descomunales nubes de color lila y una voz femenina, dulce y tierna llenaba con sus notas de durazno la noche de mi soledad, despertando casi con dedicación apasionada ese dios interior escondido, quizás demasiado adentro.
Las luces rojas me despiertan del sueño y la sombra gris, metálica, amenazante, del tráiler de delante, se abalanza en un instante interminable, sobre mí, cristales rotos que como estrellas de hielo surcan el aire lentamente y me envuelven, poco a poco, mientras el cuerpo incontrolado, de plomo, golpea el volante, siento el olor a neumático quemado, oigo las notas distorsionadas del bolero: palabras de amor… gasolina en el suelo ondulando al compás de las notas más graves, una chispa que cae entre el sonido de la guitarra de un bolero llamado Adiós.
0 comentarios