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UN MUNT DE MOTS

Cuento

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MONSTRUO

Miro con impaciencia el cielo y suspiro desesperado cuando compruebo que aún no es el momento.

Hace sólo unas semanas que he asumido mi condición, y ahora estoy impaciente por confirmar que me he aceptado tal y como soy.

He soportado mi maldición desde el ataque de aquel ser infernal que acabó con el chiquillo inocente e ingenuo que fui. Me  he lamentado muchas veces, ¿por qué se tuvo que acercar a mí?, con la de gente que había en el mundo, ¿por qué tuvo que marcarme a mí, con todo lo que eso implica?, pero se acabó, no voy a seguir llorando, ésta es mi vida y voy a empezar a disfrutarla.

Parece que haya pasado un siglo. Ya no soy un niño miedoso, soy un adolescente  serio y responsable, sé que si no es así, nadie me aceptaría, mis acciones serán miradas con lupa a la espera de que falle. Habría muchos que se alegrarían si sucumbiese. No le importa a nadie que mi transformación sea siempre dolorosa, no importa si estoy más asustado que ellos, no importa que yo no tenga la culpa, no importa si durante días no puedo abandonar la cama, no importa que tenga que soportar un dolor insufrible y encima la intolerancia de todo el pueblo. No importa…

¡Mis padres!, no tendré vidas suficientes para aliviar el sufrimiento de mis padres. Ellos fueron los que tuvieron que calmar mis heridas aquella horrible noche. Ellos escondieron mi secreto todos los meses y años siguientes. Me llevaron a curanderos y sanadores; brujos y hechiceros; buscando la forma de curarme, pero nada dio resultado, sólo sirvió para arruinarnos más de lo que ya estábamos. Ellos siempre estuvieron a mi lado, consolándome y reconfortándome en los peores días. Cuando ya todo el pueblo se enteró, ellos fueron los que dieron la cara por mí y evitaron que me linchasen, asegurando que no era peligroso, que un simple mordisco no cambiaba quién era yo.

Mi mejor amigo, de la noche a la mañana, era incapaz de mirarme a la cara y me rehuía, ¿creerá, de verdad, que me lo voy a comer?

Los niños están divididos entre salir corriendo y gritar, o abrirme la cabeza a pedradas. 

Todo el mundo cuchichea a mis espaldas, marujas cotillas que no tienen otra cosa que hacer que señalarme con el dedo al pasar y llamarme monstruo; soy la habladuría del pueblo. 

Estoy harto de todos. Sé que éste no es el mejor lugar para que alguien diferente sea aceptado, pero es que me han visto nacer, he comido en sus mesas, dormido en sus camas y ahora me repudian. 

Les noto vigilar mis pasos, mirarme con temor, evitarme si pueden… y se llaman tolerantes, ¡hipócritas!, eso es lo que son, pero he decidido aceptarme yo primero sin esperar la bendición de nadie.

Siempre me habían dicho, “¡no salgas de casa de noche, que te puedes perder!” He estado perdido mucho tiempo, pero ya empiezo a encontrar mi camino.

La Luna está a punto de salir, la emoción me embarga, es la primera vez que deseo verla, y le cantaré, alto y fuerte para que todos se enteren de que hay un hombre lobo orgulloso de serlo.

¡Auuuuuu…!

 

Antonia Gómez

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