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UN MUNT DE MOTS

Relato a partir de evolución, escapatoria y sexo.

Relato a partir de evolución, escapatoria y sexo.

LA PEQUEÑA CUIDADORA

Llevaban unos días mal, muy mal. La evolución de su matrimonio no había sido precisamente para mejorar. Cada vez estaban peor, ya no se aguantaban, las faltas de respeto y las discusiones eran constantes. El sexo solo conseguía provocar pequeños paréntesis de calma, cada vez más espaciados.

 

Era fácil imaginar en que acabaría todo, pero diez años de convivencia tienen ya un peso específico y  uno acaba por acostumbrarse a unas rutinas que sólo pensar lo que conlleva su ruptura te obliga a encontrar algo a lo que aferrarte. Se le hacía un nudo en el estómago cuando pensaba en Lucía,  había cumplido cuatro años y era muy lista, ¿seguro que lo entendería?

 

¿No sería mejor desaparecer, cortar con todo y empezar de nuevo?. Más de una vez había visto en los informativos como aparecía una persona que llevaba diez años en paradero desconocido, y resulta que estaba en Brasil disfrutando del clima y de las nativas en una pequeña comunidad en medio de la selva.  Es cierto que hay muchos padres separados y hoy en día es algo que no representa trauma alguno para los niños, pero Lucía, Lucía era diferente.

 

La discusión de hoy había sido de las peores y no llegaron a las manos, porque en el último momento apareció Lucía por la puerta y con lágrimas en los ojos le dijo:

 

– ¡Papá! ¿por qué gritas a mamá? ¿Ha sido mala? ¿No vendrá con nosotros a los caballitos?

 

De pronto recordó que le había prometido que la llevaría al Parque de Atracciones y ésta era una buena excusa para salir de casa y poner en orden sus ideas.

 

No podía dejar de pensar, ¿Qué debía hacer? Dejar de ver a Marta, su compañera de trabajo y ¿volver a entregarse en cuerpo y alma a su mujer Carla y a su hija? Era demasiado joven para eso, además ambas cosas eran perfectamente compatibles, ¿o no? De hecho las discusiones con Carla habían empezado poco tiempo después de que iniciara con Marta una relación más que amistosa. Se sentía atrapado, sin escapatoria posible.

 

En esas cavilaciones estaba su mente cuando de repente notó que algo no iba bien. Miró hacia abajo y allí, en su mano, en el lugar en el que  debía estar la manita de Lucía, no había nada. Dirigió la mirada hacia la otra mano y tampoco, giró en redondo para observar lo que había a su espalda. Gente, mucha gente riendo y hablando, pero ni rastro de Lucía.  Un sudor frio se apoderó de él, intentaba pensar en la última vez que la había visto, ¿qué debía hacer? Mil imágenes cruzaron su mente a velocidad de vértigo. ¿Dónde estaba su hija?

 

Por fin inició una carrera sin destino, más por necesidad de hacer algo que de ir a un sitio en concreto. De su garganta empezó a brotar el nombre de su hija,  sin sonido al principio hasta que se convirtió en un alarido desesperado.

 

Los altavoces del recinto cortaron la música ambiente y empezaron a dar el siguiente aviso: ¡Atención a todo el mundo!, tenemos en la Oficina de Información a una niña de 4 años, muy simpática llamada Lucía que no encuentra a su papá.

 

– Dinos Lucía, ¿Cómo es tu papá?

 

– Alto, muy guapo, con unos pies y unas manos muy grandes. El pelo rubio y rizado como el mío. Lleva el jersey rojo que le compramos mamá y yo para su cumpleaños y unos pantalones aburridos, negros o grises.  ¡Ah! Y me quiere mucho, tanto que no se irá a ninguna parte sin mí.

 

–Ya lo han oído, si alguien encuentra al papa de Lucía que por favor lo acompañe a la Oficina de Información.

 

–¡Eh, oiga!. Me parece que le están buscando. –Le dijo un hombre con una inmensa sonrisa y una gran bola de algodón de azúcar en su mano– Atienda los altavoces.

 

Le costó procesar en su cabeza lo que estaba oyendo, pues había entrado en una auténtica crisis de pánico y las palabras se amontonaban sin orden ni concierto.

 

Por fin entendió el mensaje. Las lágrimas y la risa histérica se entremezclaron dándole una apariencia poco humana.

 

Cuando vio a Lucía, se acercó corriendo la aupó y mientras la abrazaba y besaba con desesperación, entendió muchas cosas, sobre todo cuando, Lucía le dijo:

 

–¡Papá, no te pierdas nunca más, vale!. Qué he pasado mucho susto.

 

Nita Coquard  Calvo

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